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VISTO / OÍDO
Columna
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El miedo verosímil

Llega una señora y hay que darle agua: ha visto a Bin Laden por la calle y tiene miedo.Leo que personas como ésa se ven continuamente: hay una mezquita. Pero ¿por qué no puede ser Bin Laden, vestido de Bin Laden, que se esconde aquí? Dicen que no hay nada inverosímil. Es casi verdad: pero aún hay millones de cosas imposibles. En Nueva York hay histeria. Es una palabra admisible, es una situación real: les pasa algo horrible, y creen que todo puede ocurrir.

Alguien me comunica su angustia porque una persona querida trabaja en Nueva York en un piso 55º: una altura al alcance de los aviones. 'Vivir con miedo', titula su crónica Bob Herbert en el New York Times: el terror, dice, es ya una rutina. Se vacían los pisos altos, hay quien no quiere ir en metro ni abrir correo. Se agotan los tranquilizantes; los conductores no entran en los túneles ni en los puentes. Y algo que quizá tarde mucho en reponerse, me dicen: se pierde trabajo. Se vende poco, no van a los teatros, no compran discos ni libros, y las empresas despiden o reducen horarios y sueldos. Más arriba hay despidos en masa en las grandes empresas. Habían comenzado antes de la crisis; ahora la toman como pretexto.

Los europeos lo vemos como exageración, y no lo es. Llevamos siglos de guerras en nuestros territorios, y el XX ha sido aterrador y lo hicimos entre nosotros. Un berlinés de 1945 tenía menos molestias psicológicas que un neoyorquino de ahora: pero su realidad era infinitamente peor. No era un mérito: era que la rutina había configurado sus vidas. Como en el Ulster, todavía. Aquí, en España, hay ya muchas generaciones que no han conocido ninguna guerra salvo en los aburridos relatos familiares (aunque muchos tienen sangrantes las heridas y la pérdida de su bienestar para mucho tiempo aún). El ántrax aparece sin embargo como un enemigo que viola lo inverosímil.

¿Qué hacemos con el miedo? No sé si los psiquiatras pueden ayudar, pero ¿quién se lo quita a los psiquiatras? ¿Es positivo tener miedo? Sí, puede ayudar a la conservación. Pero es tremendamente negativo: porque el miedo multiplica geométricamente la realidad de la amenaza. ¿Tenemos parte de culpa nosotros, los que ponemos en comunicación a la sociedad? Quizá, pero tenemos la obligación de contar lo que pasa o lo que puede pasar.

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