El callejón argentino
Argentina ha entrado en un callejón de difícil salida. Las elecciones del domingo para renovar el Senado y la mitad de la Cámara de los Diputados han marcado un cambio de mayoría, que dificulta aún más la labor de gobierno, además de reflejar una mayor desconfianza del electorado en la clase política. Que fuera lo previsto por los sondeos no quita gravedad al resultado. Antes de llegar al ecuador de su mandato, tras sólo dos años en el cargo, ocho planes de austeridad, tres ministros de Economía y el respaldo del Fondo Monetario Internacional, el presidente Fernando de la Rúa y la Alianza de Radicales y Frepaso, en el Gobierno, han recibido un grave revolcón, que, según el primer mandatario, sería producto de 'urgencias, disconformidad y mal humor' cuando el país entra en su cuarto año de recesión. No bastarán cambios de caras en el Gobierno para que la ciudadanía recupere la confianza.
Casi uno de cada cuatro electores, en un país en el que es obligatorio acudir a las urnas y que recuperó la democracia hace sólo 18 años, ha optado por el llamado voto bronca, mezcla de papeletas nulas y en blanco. Los buenos resultados de la Alternativa para una República de Iguales (ARI), partido que lucha contra la corrupción, se suman así a lo que es una protesta antisistema que puede constituir un preocupante aviso de estilo venezolano, aunque no haya ningún Hugo Chávez en Argentina.
Los radicales han acudido divididos y desgastados por los escándalos de sobornos a principios de la legislatura. Sus socios en la Alianza en el Gobierno, el Frepaso, prácticamente han desaparecido. El vencedor de estos comicios es el Partido Justicialista (peronista) y, en particular, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde, que desde el control del Senado y prácticamente de la Cámara ofrece una 'oposición responsable', aunque avisa que 'de la recesión vamos a la depresión, y de la depresión, al caos y a la anarquía'.
No le falta razón a Duhalde. La economía argentina reposa sobre un triángulo infernal: la necesidad de hacer frente al pago de una deuda pública de 150.000 millones de dólares, un tipo de cambio fijado al dólar y eventualmente al euro y una ley de déficit cero más difícil aún de cumplir cuando bajan los ingresos fiscales. Incluso si Cavallo sigue al frente de Economía, no hay salida sin dolor de este atolladero. Si devalúa la moneda, el país puede entrar en hiperinflación y generar un impago de préstamos en cadena. Y si los inversores extranjeros sienten que el país va por ahí, desinvertirán rápidamente, ahondando la actual crisis. Si el Gobierno mantiene el tipo de cambio, tendrá serias dificultades para hacer frente al pago de la deuda y salir de la recesión. Cavallo intenta una renegociación con los acreedores, pero si lo consigue, será meramente una forma de ganar tiempo. Quizás eso es lo que busque De la Rúa: sólo tiempo, cuando la coyuntura internacional juega en contra.
La salida más razonable sería buscar un consenso al estilo de los Pactos de la Moncloa, citados repetidamente como buen ejemplo a seguir. Pero para lograrlo se requiere no sólo un talento político del que parece carecer De la Rúa, sino también ofrecer recetas concretas, de las que el presidente no dispone. Las apariencias de estabilidad política y económica han quedado al descubierto. Quizás vaya Argentina hacia una salida espontánea: la que marquen los mercados. No parece precisamente buena en los tiempos que corren.
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