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Columna
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Sin violencia

Los defensores a ultranza del orden suelen poner ese valor por encima de cualquier otro, por ejemplo, el valor supremo de la libertad, a la que consideran causante de todos los males, entre los que la movida juvenil suele ser uno de los peores. Comparten desmesura con quienes creen que los chicos tienen derecho a poner la noche perdida si les da la gana, que para eso son jóvenes y el que no lo sea que se aguante. Si los primeros confunden convivencia pacífica con orden en el más autoritario de los sentidos, los segundos se equivocan al confundir libertad con incivismo. Por supuesto que no es fácil encontrar el lugar de la virtud en este asunto, pero ya es urgente controlar la barbarie que se manifiesta en algunos lugares de movida con sucesos tan lamentables como el rosario de desastres ocurrido el pasado fin de semana en varias ciudades andaluzas y que ha dejado un herido en Puerto Banús, dos en Sevilla, otro en Granada y una sensación de que casi cada fin de semana hay que lamentar algún suceso violento a las puertas de una discoteca o en lugares, más o menos peligrosos, de concentración de jóvenes.

No es bueno obsesionarse con los efectos supuestamente nocivos de la movida, sin matices y sin discusión, pero tampoco es posible que los sucesos violentos empiecen a ser algo menos raro y más habitual. Los jóvenes toman la noche los fines de semana, no es ni malo ni bueno, es una realidad para la que todavía no hemos encontrado acompañamiento. Los vecinos protestan, los ayuntamientos inventan programas que se manifiestan inútiles y la violencia parece crecer.

Algunos piden mano dura y otros defienden que los chicos hagan lo que les dé la gana, pero en medio hay un vacío de respuesta política a un asunto que, como fenómeno social que es, está necesitando medidas para hacer compatibles los derechos de todos, sobre todo el derecho a convivir y disfrutar sin violencia, sin navajas ni pistolas. Entre el autoritarismo y la permisividad a ultranza debe haber un camino, intermedio o no, pero camino de convivencia y ausencia de violencia. La responsabilidad de encontrarlo es de todos, incluidos los jóvenes, pero el liderazgo de esa búsqueda tiene que ser político.

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