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Columna
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La hora de la renta variable

A pesar del nerviosismo de los mercados mundiales como resultado de los recientes atentados terroristas en Nueva York, creemos que es prudente que los inversores en los mercados de valores aumenten el porcentaje de acciones de sus carteras y, al mismo tiempo, reduzcan su riesgo en dinero en metálico y deuda para aprovechar al máximo la oportunidad de inversión que se avecina.

Estamos aumentando nuestro riesgo en renta variable mundial en un 10%, con recortes correspondientes en nuestra exposición al dinero en metálico y a la deuda del 5%. Esto aumenta la carga de nuestras acciones ordinarias al 70%, en comparación con nuestro criterio habitual del 60%.

Utilizando indicadores de mercado tácticos, basados en el valor y en los movimientos de fondos, creemos que el sentimiento ha empeorado lo suficientemente en agosto y en septiembre como para alcanzar un punto de agudo pesimismo. Históricamente, en este ambiente, la renta variable mundial ha alcanzado un nivel de extremo valor, lo que ha supuesto un periodo de beneficios positivos en comparación con los bonos.

Nuestra recomendación en favor de las acciones mundiales se ha producido por dos razones: las valoraciones inherentes de las acciones, basadas en la diferencia entre el rendimiento global y la cotización swap a diez años, la denominada brecha de rendimiento (véase gráfico adjunto). La brecha de rendimiento, tradicionalmente indicadora de un punto de inflexión, es actualmente de casi un 1%, mayor que la alcanzada en enero de 1988, mayo de 1995 y septiembre de 1998, fechas, todas ellas, con señaladas recuperaciones en el mercado de valores.

Aunque este atractivo caso de apreciación está ausente del mercado estadounidense, esta circunstancia también se daba en el otoño de 1998 y en marzo de este año, y en ninguno de los casos el precio de las acciones limitó una subida pronunciada de los mercados de valores. El mercado estadounidense, además, tiene ahora un valor más atractivo que en cualquiera de esas dos ocasiones. En otras palabras, hay niveles de valor que en el pasado produjeron beneficios extraordinarios, independientemente de los factores básicos.

La cuestión es simplemente cuánto podrá durar esta aproximación alcista a las acciones, ante más caídas de la rentabilidad y ante el espectro de una recesión mundial.

El precio de las acciones experimenta ahora una reducción cercana al 30% en las perspectivas de beneficios para los próximos doce meses o, dicho de otra forma, una caída en las estimaciones de beneficios casi cuatro veces mayor que el bajón experimentado en la recesión de comienzos de la década de 1990. La respuesta es que a estas alturas es improbable que se produzca una caída de esa magnitud.

Aun así, se esperan nuevos descensos de la rentabilidad en lo que queda de año, y en el próximo. En este descenso cíclico, el nivel de los beneficios esperados (aparte de Japón) ya ha descendido más del 10%. Hace una década, el descenso, en los ciclos estadounidense y europeo, no anduvo en paralelo. Sin embargo, si sincronizásemos los ciclos aún tendríamos que observar una caída del 12% en el nivel de beneficios esperado para 2002 (actualmente, el mercado confía en un aumento del 14%).

El mercado está adoptando un punto de vista excesivamente pesimista respecto a las perspectivas de beneficio, especialmente teniendo en cuenta que los políticos ya han indicado su voluntad de contrarrestar con nuevas medidas monetarias y fiscales cualquier signo que indique que el ciclo se esté profundizando.

Ciertamente, los bancos centrales ya han proporcionado liquidez al sistema (al igual que hicieron en el otoño de 1998), evitando así el error político de la década de los treinta. La reducción fiscal, en lugar de la contracción fiscal, parece estar a la orden del día.

Si esto sigue así, y la volatilidad en las bolsas sigue disminuyendo en relación con los mercados de deuda, como hizo durante los pasados seis meses, entonces nuestro consejo es que se invierta en acciones.

Joseph Rooney es estratega mundial de Lehman Brothers.

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