Cuentas de muertos
No sé si doscientos muertos de una aldea afgana, o quizá cuatrocientos en varias de ellas, incluyendo ciudades favoritas, equivalen a cinco o seis mil en Nueva York. La ley del Viejo Testamento que se practica es ojo por ojo, diente por diente. Un Jesús salió para decir bobadas incomprensibles acerca de la otra mejilla y del sentido del perdón, pero fue anegado. No se encuentran suficientes ojos afganos para hacer el peso, como nunca se encontraron ojos alemanes bastantes para hacer la equivalencia de los judíos.
Los que tenemos un sentido marginal de la vida llamamos crímenes a todo, y encontramos equivalencias fácilmente. 'Crímenes de guerra' sería una expresión útil, pero está desprestigiada porque se elige como criminal al vencido o comprado y no a todos. Y porque es redundante: la guerra es siempre un crimen, y quizá el más imperdonable. Oí a un piloto bombardero de la ciudad astrosa y harapienta de Kabul contar su alegría: 'Era como jugar un partido de fútbol de la Liga americana'. Pobre asesino, pensé. Me recordó a los que transmitían las bombas que caían en racimo sobre Irak y comentaban 'parece un árbol de Navidad', mezclando así el 'Pax hominibum...' con un crimen abyecto. Es verdad que, salvo algunas personas lúcidas y antiguas, la guerra antigua que continuábamos se celebraba en los pueblos como un gran acontecimiento y se mezclaba con patria, religión, venganza, seguridad: como ahora.
Qué difícil es ir mejorando un poco las leyes, las costumbres, las enseñanzas, las relaciones, para que salgan de la vieja superstición que mata. Es verdad que si miramos atrás en este grupito en el que vivimos hemos mejorado algo; pero cuando se desparraman por un desdichado país sin defensa ninguna las 'bombas de racimo' -aquellas que van como las cerezas, desplegando cientos y cientos de proyectiles en un radio amplio de terreno- comprendemos que hemos mejorado en técnica pero no en amor, en humanidad.
Por si acaso nos ponen la venda en el ojo como a los caballos de la plaza de toros -lo que somos-: que no se vea el destrozo, que no miremos los muertos; que se prohíban en Occidente las imágenes de Bin Laden, que no se vea el destrozo de la bomba. En eso sí hemos cambiado: antes se ejecutaba al condenado en la plaza pública, ahora se le tapa con una capucha y se le mata en una habitación cerrada. Unos inocentes murieron en Nueva York: matamos otros inocentes en Afganistán. Pero sin verlos, que son feos.
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