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Columna
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Espejito

Rosa Montero

La creciente capacidad de Internet para inundarlo todo de mentiras está empezando a romperme los nervios. En general son mentiras lerdas, inanes, sin sentido, serpientes cibernéticas nacidas de la torrefactada mente de algún idiota. Por ejemplo, desesperadas peticiones de riñones o hígados para hipotéticos niños moribundos; o historias sin pies ni cabeza, como aquel cuento sobre una mujer chilena que había sido supuestamente secuestrada de un avión ante los aterrados ojos de un miembro de Amnistía Internacional. La fábula aportaba todos los detalles (nombres y apellidos, número de vuelo), porque estos bulos siempre ofrecen una superabundancia de precisiones, para avivar así tu credulidad de inocentón.

Luego, claro, se demuestra que esos datos tan minuciosos son inventados: Amnistía tuvo que sacar un comunicado diciendo que el suceso era un disparate. Lo mismo que esos textos de apoyo a las mujeres afganas que llevan años rebotando por la Red: una portavoz de RAWA, la organización de mujeres de Afganistán, me confirmó que eran una tontuna que no servía para nada. La matanza del 11 de septiembre también ha originado una majadería firmante de este tipo, una carta de protesta que hay que enviar a una dirección, unicwash, que en realidad no existe.

Además, claro, hay mentiras intencionadas. Intoxicaciones. Como el bulo de que la CNN había manipulado las imágenes de los palestinos tras el atentado de las torres. De nuevo la minuciosidad en los detalles: el origen de la supuesta noticia era un catedrático concreto de una universidad de Brasil. Pues bien, la universidad y el catedrático desmintieron la historia en todas partes, pero la gente se lo siguió creyendo. Incluso hubo conocidos intelectuales españoles que escribieron artículos dando por cierto el rumor días después de que todos los periódicos, EL PAÍS incluido, hubieran revelado que era una engañifa. Y es que todos tendemos a creernos aquello que queremos creer, aquello que está de acuerdo con nuestras ideas previas. Internet es como el espejito mágico de Blancanieves: un embustero peligroso que se adapta a nuestros deseos y nuestros miedos. Ahora, con los bombardeos, seguramente surgirán en la Red mil textos más, y me temo que el 99% será mentira.

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