Respuesta
La guerra era imprescindible. No es principio sino conclusión, tras observar cómo todo el orden de Occidente está tranquilo ante la respuesta dada a los terribles atentados del doloroso 11 de septiembre, pero en medio de la conservación del orden que nos beneficia late, en algún lugar de lo mejor del corazón que lo disfruta, un cierto sentimiento de culpa, unas ciertas ganas de rebelarse contra el conformismo y la falta tremenda de respuestas menos convencionales, más justas, menos iguales a lo sabido y sufrido desde siempre por todos los pueblos desgraciados de la tierra. Si el país más poderoso de la tierra nunca hubiera abortado revoluciones, si jamás hubiera propiciado y organizado golpes de Estado, si no hubiera países para imponer el orden que siempre inclina la balanza hacia este lado del mundo; si todo Occidente no hubiera sabido callar tanto ante la injusticia, disfrutar tanto de los desequilibrios que le favorecen, ser tan ciego ante la pobreza que late y se anuncia al otro lado de su bienestar; si nunca hubiera sido culpable; si se hubiera ocupado de estudiar la forma de equilibrar el mundo, acaso no estuviéramos tan bajo sospecha como estamos. Si el fracaso hubiera sido a pesar de haber luchado, sólo tendríamos nuestra limitación. Pero no es el caso, no sabemos desde este lado de la historia y del bienestar si hubiera triunfado una revolución del equilibrio para evitar todas las injusticias, un programa universal por la justicia, un compromiso político y económico contra la miseria. Sencillamente, no lo hemos intentado.
Mientras caían las bombas sobre Kabul, oía por la radio pedir mi ayuda a UNICEF, organismo de la ONU, para la protección de la infancia, esa misma ONU que ha dado el visto bueno a esta nueva guerra que tanto dinero va a costar y que va a pisar toda la pobre inocencia de la gente otra vez, como antes la miseria, como mucho antes la tristeza de saber que si no la invaden unos, lo hacen otros, con la ayuda de todos o algunos de los que ahora hacen rugir sus aviones con bombas sobre sus pobres cabezas. Todo esto escrito al lado de las bases de Rota y Morón, en Andalucía, con toda la ingenuidad y todo el derecho a no estar de acuerdo.
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