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Columna
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Barras y estrellas

Los límites de Colorado, Montana, Dakota del Norte, Wyoming y otros tantos estados de los USA se trazaron con cartabón y escuadra. Líneas rectas imaginarias por encima de la geografía y de la historia; una historia que para los norteamericanos comienza con el trazado de esas líneas. Anglosajones, latinos, eslavos, orientales, africanos, católicos, protestantes, ortodoxos, musulmanes y judíos poblaron paulatinamente, y desde la costa atlántica al Pacífico, el enorme país. Gentes muy diversas y de facciones variopintas crearon una patria y se constituyeron en nación, con gobierno federal y gobernadores estatales. Quienes llegaban a aquellas tierras adoptivas y quienes nacían allí empezaron a sentirse ligados por vínculos jurídicos o afectivos a la nueva patria. Los estadounidenses carecían, y carecen, de un credo religioso común, y de unas facciones raciales comunes, de algo con lo que se sintiesen identificados a la vez el tataranieto del puritano escocés y el último vietnamita a quien las autoridades de emigración le dieron un pasaporte USA.

Y como tuvieron y tienen tal carencia, se identifican con las barras y las estrellas: la bandera es el símbolo afectivo que une a los norteamericanos. La izan en sus jardines con la naturalidad con que nosotros regamos nuestros geranios. En tiempos aciagos, como los que corren tras el brutal atentado terrorista, se multiplican las barras y las estrellas por doquier como símbolo de cohesión e identificación nacional.

En Europa, la historia es muy otra. Aquí apenas se izan banderas en los jardines. Quizás sólo en la Confederación Helvética pueden ver los foráneos ondear la bandera suiza entre cuidadas flores, y es curioso apuntarlo por cuanto la diversidad de lenguas y confesiones religiosas entre los cantones suizos es de sobra conocida. Desde luego, en los jardines valenciano no ondeará el 9 d'Octubre ni la bandera histórica de la Antigua Corona de Aragón ni la que los legisladores colocaron como preceptiva en el Estatuto. Si la bandera es cuestión de cohesión simbólica y afecto con que nos identificamos todos, aquí afectivamente sigue habiendo disparidad de criterios. Es cierto que los límites geográficos del País Valenciano son sinuosos y no se trazaron con cartabón y escuadra, pero la historia tiene aquí interpretaciones diversas; tampoco es la historia el referente de cohesión valenciano. Ni lo es la religión o el anticlericalismo blasquista que tanto nos une a los franceses o al resto de españoles. La lengua histórica, que compartimos con otros territorios vecinos, y cuya supervivencia en tierras valencianas es casi un milagro histórico y social, tampoco acaba de cohesionarnos, y sigue olvidada por muchos y menospreciada por no pocos. ¿Qué símbolo, qué equipo de fútbol puede servirnos a los valencianos para identificarnos afectivamente?

En el pasado no se encuentra la respuesta, aunque habitamos un territorio y tenemos una historia; aunque tenemos equipos deportivos en competiciones internacionales y una capital autonómica con la que no se sienten identificados ni los del norte ni los del sur; aunque tenemos un estatuto y un gobierno regional que hace un uso vergonzoso del valenciano; aunque tenemos una bandera con la cual no todos nos sentimos ligados. En vísperas del 9 d'Octubre, y sin caer en nacionalismos trasnochados, algunos añoramos la diversidad de los USA y lamentamos no poder izar unas barras y estrellas en el jardín al tiempo que las iza en el suyo el vecino de al lado.

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