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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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'Quiosco tandem'

Lo confieso: merodear por el quiosco es una de mis pasiones favoritas. Me paso horas acechando esa galaxia de Gutemberg donde se da cita una promiscua hojarasca de portadas, titulares, cabeceras, rostros, famas, cuerpos, ocios, modas, ciencias, pseudociencias, fascículos, coleccionables, folletos, libros, revistas, divulgaciones, juguetes, videos, mapas, cedés, pipas y cigarros sueltos. El quiosco es mi particular Quosque tandem, tandem oncológico y enrevesado como el de Oteiza. Es además un gigantesco portal cibernético lleno de enlaces, páginas y direcciones, pero sin problemas de tráfico, ni de redes, sin complicaciones de modems, megas, bits, chips o mics, sin preocupación por las velocidades de transmisión y sin más amo ni servidor que esa quiosquera que ejerce de Suma Sacerdotisa.

Un paseo por la promiscua hojarasca de portadas, cabeceras coleccionables, cuerpos y revistas

Al quiosco hay que acercarse desde la quietud, sin prisas, con lentitud. Si uno se planta ahí una mañana de domingo con tiempo acaba disfrutando como un enano y descubriendo quiénes somos y, sobre todo, a donde vamos. La visita al quiosco es incomparablemente más saludable que la sesión con el psicoanalista. Me relaja, me divierte, me fascina esa compleja división de títulos y propuestas, de paquetes sin abrir, ese abigarramiento promiscuo donde comparten vecindario los sesudos periódicos de la mañana con la prensa rosa, los periódicos salmón, con las revistas porno, las revistas de viaje con las de ufología, las de informática con las de estética y las de electrónica con las de dietética.

El quiosco es un microcosmos con dos hemisferios perfectamente delimitados. El izquierdo, reservado a eso que se viene en llamar 'actualidad', y el derecho, que exhibe un galimatías de ediciones, revistas monográficas, pornográficas, folletos, tebeos y best-sellers. El último hit que acabo de ojear lleva por título Don Claudio, el cura de San Antón, cuya portada ha sido colocada estratégicamente por Ana, mi quiosquera, en la parte frontal de su acorazado cultural, justo debajo de la zona donde asoman tetas sin clasificar y revistas de motor, en un lugar privilegiado para seducir la mirada del peatón. 'Éste se vende más que lasnovelas de Stephen King', me dice Ana. Antes de seguir hablándoles de mi pasión por estos parnasos urbanos del conocimiento, déjenme que les hable de Ana. En la zona todos le llamamos 'Ana, la periodista', porque en Bilbao todo el que regenta un quiosco tiene categoría de 'periodista' dicho así sin la menor de las ironías. Este título, para mí, que soy un avezado quioscólogo, me parece insuficiente y un tanto escaso para la apabullante naturalidad con la que Ana domina el cotarro de la comunicación . A mi quiosquera yo le directamente le ungiría con el término de 'comunicóloga', porque tiene muy claro cómo ordenar esa bulimia de títulos y cabeceras.

A un lado sitúa lo temporal, lo informativo, los signos del presente, las guerras y las corrupciones, el coyunturalismo, las noticias y rumores, el centralismo de lo político, y al otro lado lo atemporal, lo formativo, y arriba el entretenimiento. Charlando con Ana hago cada semana hago mi particular Estudio General de Medios . De su sabiduría intuyo con meses de antelación las cifras de la OJD, que tanto preocupan a los grandes grupos mediáticos, los gustos dominantes y las tendencias periclitadas. Una visita al quiosco es una forma de atrapar el aire del tiempo, lo que algunos sociólogos cursis llaman 'el now', los vicios del consumidor, los caminos del ocio y del negocio. Hay que echar horas en el quiosco. Observar qué se ojea, qué se compra, qué se soba, qué se demanda, qué se colecciona y qué se retira. Y también hay que estar atento, escuchar mucho 'Ana, ¿te ha llegado el último número de Casa y Jardín?

Últimamente lo que más me llama la atención en mis paseos por el mundo sin salir del reino de Ana, no son las innumerables revistas de viajes, sino la completísima sección de las ofertas científico-técnicas. Nunca hemos presumido precisamente de ser un país de letras, de ilustrados. De hecho, aquí la Ilustración se ha estrellado siempre contra el oscurantismo, el Siglo de las Luces ha perdido su batalla contra el de las tinieblas, pero ignoraba nuestra creciente inclinación por las ciencias. Junto a Muy Interesante e Investigación y Ciencia o Mundo Científico te encuentras con un puñado enorme de fascículos de biología, zoología, ecología, agricultura, jardinería, de todo tipo de colecciones en la línea 'cómo funciona', de sagas de vídeo, electrónica, informática, en fin, de la explosión popular de la Tercera Era, en la que el hombre deja de preocuparse por el hombre y por el perro, para afirmar aquello de que 'cuanto más conozco a los hombres y a los perros, más amo a las máquinas'.

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Inflación creciente de propuestas con la palabra scientific en la cabecera que implica un cambio de costumbres en el ciudadano. Termómetro social que eclipsa al Playboy y al Penthouse, avasallador avance de la tecnología y la ciencia, en el periférico paisaje del quiosco, es decir en la calle. No se lo van a creer, pero hay más revistas de divulgación científica que de exhibición intimista, más columnas de complicados inventos y gadgets que de groseras dialécticas de bragueta. Obviamente no se venden tanto, pero ahí están y asombra. Ahora comprendo el nacimiento del Donostia International Physic Center, de los parques tecnológicos y del arrolador éxito del Konekta Zaitez. Lo vengo notando en el quiosco: a nada que nos dejen, nos convertimos en potencia científica. Interés no falta. Que tiemble Silicon Valley.

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