Contra la vieja escuela
La escuela (entiéndase por ello el conjunto de nuestras instituciones educativas) no atraviesa su mejor momento, aunque quizá sea cruel recordarlo en estos días de inicio de curso. Hubo épocas en las cuales se le tenía tanta confianza que parecía bastar con que los niños ocupasen las aulas para que hubieran tomado el buen camino. Así el pobre Pinocho, que sólo era un muñeco (como en parte lo son todos los niños) y que acudía a la escuela para convertirse en una persona de verdad. Pero en el camino le acechaban numerosos peligros, especialmente el encuentro con Juan sin Nombre, es decir, con el anónimo y multinacional mercado que le prometía una vida en Jauja y terminaba conduciéndole a un taller en donde los seres humanos se convertían en animales de carga.
AVISO A ESCOLARES Y ESTUDIANTES
Raoul Vaneigem Traducción de J. P. García del Campo Debate. Madrid, 2001 59 páginas. 695 pesetas
Pero aquella escuela -se
dirá, sin duda con razón- se hizo odiosa, acumulaba todos los males que ahora nos recuerda Raoul Vaneigem: era represiva, culpabilizadora, cerrada, incitaba al sacrificio de la felicidad en aras de la disciplina, estaba llena de obligaciones y se basaba en el miedo y la resignación. En un libro poco recordado actualmente (Trabajos elementales sobre la escuela primaria), Anne Querrien añadía, a más abundamiento, que aquella terrible disciplina mencionada era la 'preparación' necesaria para soportar una jornada de ocho horas en una fábrica o en una oficina. Lo que ayer era odioso hoy, nos dice Vaneigem, es simplemente ridículo.
En efecto, contra la vieja
escuela (y, además, contra todo el sistema de la enseñanza pública) se levanta este decreto: ya ha quedado obsoleta. Para frenar el fantasma que obsesiona a millones de familias en todos los países desarrollados -el del fracaso escolar, preludio inequívoco del fracaso laboral-, la crítica que se dirige contra la escuela es semejante a la del informe de la Comisión Europea de 1991: se le exhorta a reciclarse y a generar recursos humanos adaptados a los nuevos mercados laborales; en estos momentos se requieren alumnos precarios y flexibles, que el día de mañana serán empleados precarios y flexibles, como si ahora Juan sin Nombre no estuviese en el camino, sino en la escuela misma (ocupando el despacho del director).
Éste es el estado de cosas que denuncia Raoul Vaneigem, avezado propagandista del espíritu de la Internacional Situacionista y militante intelectual contra el 'totalitarismo del capital' (Banalidades de base, Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones, Aviso a los vivos sobre la muerte que les gobierna o Por una internacional del género humano). Frente a ello, Raoul Vaneigem llama a la rebelión en nombre de la vida (no hay que olvidar que a un escrito que tiene vocación de manifiesto no se le pueden pedir propuestas más concretas), a abrir las puertas de las escuelas como en otro tiempo se abrieron las de la prisión de La Bastilla o a tomar las aulas como en otro tiempo se tomó el Palacio de Invierno. No, definitivamente parece que, salvo en los grandes almacenes, la escuela no está de moda.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.