Objetos y personas
La historia literaria de Pablo Antoñana (Viana, 1927) tiene algo de mágica y de oscura. De mágica, porque su nacimiento se produce en la misma casa de Viana donde vivió el escritor Navarro Villoslada, como el autor recuerda una y otra vez como si se tratara de una premonición. De oscura, porque es un autor insuficientemente valorado, con una trayectoria dilatada en el mundo de las letras en que se inició en los 40, a veces interrumpida, con momentos tristes o indignantes, como la permanencia en el olvido de la edición de obras que le valieron importantes premios.
Pamiela inició en los años 80 la publicación de sus obras completas, pero no ha dejado de ser, y así lo recuerda Miguel Sánchez-Ostiz en el prólogo magnífico de este libro, un jinete solitario.
Hay en Antoñana un fondo de mirada cómplice con sus personajes, como si los componentes de una estampa a punto de desaparecer se mantuvieran por un momento con una dignidad que sólo se la concede el autor, que hace que su gesto cotidiano se eternice. Es un mundo poblado de obispos, guardias civiles, solteronas, viejos carlistas... Un mundo complejo y rico.
Al autor le gusta la forma barroca de la expresión de elementos nimios y mínimos, de una acumulación de cacharros, de viejos cachivaches que amontona con precisión y con un asomo de melancolía. Quizás sea esta manera de contar la que dificulte la lectura primera, pero esa carnosidad de la lengua es una de las mejores armas expresivas del autor. Esta recopilación de breves relatos, con el título deÚltimo viaje y otras fábulas, ofrece al lector la posibilidad de entrar en la lectura de una obra que se extiende, irregular, en el tiempo.
Pero los cacharros no están ahí por sí mismos. Uno de los destellos más importantes de Antoñana consiste en ofrecer un mundo que es un reflejo del alma, quizás de almas anónimas, que han sido traídas al papel por un momento de lucidez, por una historia de pena, pesadumbre, de destino trágico. El narrador añade después un tono irónico, resabiado y zumbón, que deja en el paisaje un horror a absurdo en las vidas humanas. Y es aquí, donde el objeto muestra su finalidad, está ahí no por estética, sino porque debajo existe una vibración que el escritor intenta captar.
Hay más cosas en estas fábulas: personajes atrabiliarios, escenas y anécdotas divertidas e irónicas, aburrimiento, cansancio de pueblo viejo, pero, sobre todo, la mirada certera y latente de un autor enamorado de un estilo.
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