Perdidos por Venecia

Debido a la cada vez mayor prepotencia de las grandes productoras norteamericanas, hace varias décadas que, tras ser uno de los más comerciales, el cine italiano no llega a las pantallas españolas. Es necesario que una de sus películas gane un Oscar o la Palma de Oro de Cannes para que se estrene bien y tenga el éxito que merece.

Esto hace que las últimas generaciones de actores y directores italianos sean desconocidas por el público español. Lo que es una verdadera pena porque sus películas no siempre son obras maestras, como es lógico, pero la media es muy superior y, en especial, diferente de las producciones, siempre iguales a sí mismas, con que nos atosiga el cine norteamericano.

Esto explica el que Silvio Soldini (Milán, 1958), uno de los nuevos valores de la cinematografía italiana, con media docena de interesantes películas en su haber, sea un completo desconocido en España y Pan y tulipanes, la primera de sus personales producciones que se estrena entre nosotros.

Con gran habilidad, Soldini describe las relaciones, en Venecia, entre varios personajes solitarios. Un ama de casa que decide abandonar a su familia. Una masajista profesional. Un camarero islandés con tendencias suicidas fascinado por la poesía de Ludovico Ariosto. Un fontanero metido a detective. Además de un vendedor de flores anarquista y algunos otros.

El resultado es una simpática comedia con una cierta carga sentimental, que se desarrolla de manera impecable para despertar cierta sorpresa en el espectador y que, además, ofrece una visión de Venecia muy distinta de la que nos tiene acostumbrados el cine. Aquí aparece como una bella y tortuosa ciudad donde están y andan perdidos unos peculiares personajes a la búsqueda de algún tipo de amor.

Gran parte de su atractivo se debe al trabajo de unos excelentes actores italianos: Licia Maglietta, Giuseppe Battiston, Antonio Catania, tan conocidos en su país como desconocidos en éste, a los que se suma el suizo Bruno Ganz, dirigidos con buena mano por Silvio Soldini. En resumen, una película recomendable, a la que sólo cabe reprochar una cierta lentitud expositiva. Y también que sólo se exhiba una versión doblada con la rutina habitual, donde, por poner un ejemplo, el acento del personaje islandés queda reducido a una frase del diálogo.