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Columna
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A peor

Vamos a peor según los indicios. Tema ciudadano que se toca, permite presumir que cualquier tiempo pasado fue mejor. Hace años (tampoco demasiados), en Madrid, después de ir al teatro en sesión de noche y tomarse una copa, te marchabas a casa tan serrano dando un paseo y no pasaba nada. A lo sumo, que te saliera al paso un beodo y te soltara un discurso patriótico o pretendiera darte un abrazo en aras de la amistad que inspira toda copa de más bien tomada y eructada. Ahora, en cambio, lo probable es que a la vuelta de una esquina te quiten cuanto llevas encima hasta dejarte en pelotas, y rematen la faena abriéndote el bajo vientre de un navajazo. Esto no empezó de golpe una noche de vino y rosas. Antes al contrario, el atraco y el crimen vinieron chorreando y nadie tomó en el momento preciso las medidas necesarias para que Madrid no se convirtiera en una ciudad sin ley. Y lleva ese camino, por tanto; ya bate marcas de criminalidad: en lo que va de año se han producido más muertes que nunca.

Días atrás se produjo el escándalo de las residencias de ancianos donde maltrataban a sus clientes. Dos de Colmenar Viejo fueron cerradas porque no había allí higiene ni vergüenza: cocinaban alimentos podridos, administraban medicinas caducadas, empleados sin titulación inyectaban fármacos.

Cierto que estos intolerables abusos siempre pueden suceder, pero no es la primera vez que se denuncian en Madrid, y al cabo se cierran residencias de ancianos -auténticas estafas- donde perpetran atropellos a la salud y a la dignidad humana. Se debería deducir de ahí que el Gobierno regional habría intensificado la vigilancia para evitar que se repitieran esos casos, y a la vista está que no es así. Los dueños de las residencias ahora cerradas hasta disponían de un contacto que les avisaba de las inspecciones.

Cáritas informa de que 63.000 ancianos padecen en Madrid extrema necesidad. Muchos por escasez de dinero, pues gran parte de las pensiones son míseras; otros, por soledad y, consecuentemente, falta del apoyo que precisan para que alguien les lleve el pan y la leche, e incluso de auxilio para poder moverse. Y no se ve plan eficaz que vaya a solucionar este vergonzoso problema.

Aumentan también en la Comunidad -aseguran los sindicatos- los accidentes laborales. Y el director general de Trabajo reveló recientemente que más de la mitad de los accidentes laborales mortales fueron colisiones de tráfico. El dato se considera lógico dado el lamentable estado del tráfico en Madrid. El alcalde acaba de pedir un plan regional para evitar la entrada diaria a la capital de 750.000 vehículos y ha comentado que, de conseguirse, el tráfico mejoraría. Aguda observación. Pero aún hay más eficaces medidas: si el alcalde prohibiera la circulación total de vehículos (o nadie hubiese inventado el coche), el problema del tráfico no existiría.

El laberinto en Madrid, sin embargo, viene de la escandalosa incompetencia en su regulación. Las dobles filas, que reducen la capacidad de las calles a su tercera parte, o menos, no se entiende que hayan de ser el obstáculo permanente en la circulación viaria. Cualquier calle que se contemple está cegada por las dobles filas de vehículos, que el Ayuntamiento no impide. En algunas calles, no ya las dobles filas, sino el amontonamiento de coches (como si se tratara de un garaje), se produce delante de determinadas tiendas, bares de copas, restaurantes, donde un activo guarda los va moviendo y nunca aparece agente alguno que ponga las correspondientes multas ni grúa que se lleve los coches.

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Cuando uno empezó a conducir (reinaba Carolo) simplemente por estacionar a menos de cinco metros de una esquina caía la multa. Y de ahí en adelante. Luego, la vigilancia se fue degradando, entró la arbitrariedad, y en éstas estamos: la anarquía, el pandemónium, el caos. Y, para acabar de arreglar el cuerpo, aumenta alarmantemente el acoso moral en el trabajo, alerta UGT-Madrid.

Aunque tampoco conviene dramatizar, ya que no todo es negativo. La oposición pide al ente autonómico madrileño que instale en todos los centros docentes de la Comunidad, desde Secundaria para arriba, máquinas expendedoras de condones. ¡Qué guay!

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