El ciclista del millón de euros
Estaba tan convencido Ángel María Casero Moreno (Albalat dels Tarongers, Valencia, 1972) de que iba a ganar la Vuelta 2001 que ya lo anunció en el prólogo. 'Ahora no pienso en fichar por ningún equipo', dijo el ciclista en Salamanca; 'primero ganaré la Vuelta y luego negociaré, pero mi intención es firmar un contrato por tres años y un millón de euros por año'. Fantasma, dijo alguno. Jo, qué tío, dijo otro, ya calcula en euros. Éste es Casero.
Éste también era Casero, el zagal de 16 años que acompañaba todos los años a su padre a la concentración del Reynolds en la Pinada, cerca de Sagunto, muy cerca de Albalat. Su padre, un aficionado vehemente, aparecía por allí con un saco de naranjas en un brazo y su hijo en el otro. Ángel enseguida se soltaba de su mano y se iba a enredar entre los mecánicos. Mientras tanto, su padre hablaba con Echávarri y otros técnicos del equipo. Les decía lo bueno que era su chico, cómo progresaba, qué gran ciclista sería. Así entró Casero en el Banesto.
Eran los primeros 90, los años de esplendor de Induráin, el modelo para todos: alto, fuerte, rodador único, capaz de superar la montaña. El ciclista del siglo XXI. El corredor que todos los grandotes de la época querían ser. También Casero. Dos años de amateur, con Jiménez y compañía, y al tercero, profesional. 1994. El Tour del Porvenir. Todo cuadra. Detrás de Induráin, Casero. La misma eficiencia; el mismo sentido económico del ciclismo; menos grandeza, claro. Todo lo que pueda obtenerse que se obtenga con el mínimo gasto. Así ganó el Tour del Porvenir, quedando segundo en la última contrarreloj y destronando por escasos segundos al líder anterior, Maarten den Bakker. Sin vestir ni un solo día el maillot amarillo. Sin ganar ninguna etapa. Así ganó la Vuelta ayer. Sin vestir ningún día de amarillo. Sin ganar ninguna etapa.
Según Javier Mínguez, el hombre que lo fichó para el Vitalicio en 1998 después de que en el Banesto no cuajara, a Casero siempre le ha faltado algo para ser más. No se ha exigido según sus capacidades. Siempre, hasta ayer, claro, ha vivido de rentabilizar las expectativas que despertó. Terminó quinto en el Tour de 1999 y al año siguiente ya estaba en otro equipo. Vendiendo también sus dos Campeonatos de España consecutivos. Ganando más que el año anterior. Esperando su momento. Se cayó en el Tour 2000. Corrió la Vuelta y terminó segundo. Se cayó en el Tour 2001. Se ahorró la gran paliza. Llegó a la Vuelta y ganó. El Festina desaparece. Casero está en el mercado. Tiene ya 29 años. No vende expectativas. Es un ciclista real. Ha ganado algo importante. Lo rentabilizará.
Casero sabía que ganaría la Vuelta. Era, quizás, el único. Era la nota incordiante de la carrera. El ciclista pegajoso. El que nunca se despegaba. Sabía que la ganaría, pero sólo tuvo la certidumbre de que la victoria caería por su propio peso después de la cronoescalada de Arcalís al comprobar que ya no se quedaba en la montaña.
Casero ganó la Vuelta. Negociará ahora su futuro. Buscará quién le pague el millón de euros. 'Quiero que sea un equipo español', dice; 'dos años en Francia quizás me han alejado de los aficionados españoles'. Casero no se siente querido. Lo ha visto en la Vuelta. Sevilla, el niño bien educado, el chico formal y bien peinado, caía mejor. Pero eso no le hará cambiar. El presidente de la Generalitat valenciana, Eduardo Zaplana, ya ha dicho que le parece mal que el mejor ciclista valenciano no esté en un equipo valenciano. El Kelme espera una subvención para ficharlo.
Mientras todo se desarrolla, Casero desaparecerá. Se irá con Ana, su mujer, a quien conoció cuando era azafata de la Vuelta, y con su hijo, Álvaro. Se irá en su coche alemán. Se irá a su casa, en la urbanización de los futbolistas millonarios. Se irá a montar al caballo que le costó un millón de pesetas. Casero ha ganado la Vuelta, pero seguirá siendo Casero.
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