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Reportaje:

Melilla, laboratorio de religiones

Las diferencias de clase y el desconocimiento mutuo marcan las relaciones de judíos, cristianos y musulmanes en Melilla

Francisco Peregil

En cualquier ciudad española de 66.000 habitantes el hombre que ha visto a lo largo de los años al abuelo, al padre, a los hijos y a los nietos de su vecino puede presumir de conocer a la gente que le rodea. En Melilla, encajonada a un lado por una frontera de 11 kilómetros de alambres y a otro por nueve kilómetros de mar Mediterráneo; en una ciudad que dista ocho horas en automóvil por carreteras tortuosas de Ceuta, la otra población española en el continente africano, y ocho horas en barco de Málaga, es difícil que la gente no se conozca. Sin embargo, a pesar de que el respeto es mutuo y ancestral, muchos no se conocen.

Siendo judío es ineludible oír cada tarde la llamada del muecín -'Alá es el más grande, venid a rezar, oh musulmanes'- proveniente de alguna de las 14 mezquitas; siendo musulmán es imposible no pasar varias veces al día ante una de las ocho sinagogas o las ocho iglesias de la ciudad. Siendo cristiano, es bien raro no toparse en alguna calle con los dos rabinos o los 14 imanes o con cualquiera de los cuatro presidentes de las cuatro asociaciones religiosas musulmanas. Todos son españoles y todos se expresan con acento andaluz. Hay más de mil judíos, unos 25.000 musulmanes (no confundir con árabes, pues son bereberes) y unos 40.000 cristianos. Sin embargo, las tres comunidades -incluida la hindú, integrada por unos cien melillenses- han mantenido desde hace siglos una distancia que los propios líderes de las distintas culturas consideran injustificable.

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PINTADAS EN EL CEMENTERIO HEBREO DE MELILLA.

Por eso, para intentar conocerse, hace un mes, antes del trágico 11 de septiembre, representantes de las cuatro religiones crearon la llamada Mesa de Diálogo Interconfesional. Y en éstas irrumpió Bin Laden en los medios.

Todos los consultados coinciden en que, aunque el integrismo está ganando terreno en todo el mundo musulmán, en Melilla no existe, y de haberlo, no está organizado. Dicho esto, queda todo lo demás.

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Y lo demás, por ejemplo, es que la fotografía que ilustra esta página no refleja lo que ocurre en la ciudad. En la imagen se ve sonrientes al vicario de Melilla, Manuel Arteaga; a Yonaida Sel-Lam, musulmana, socialista y empleada en un programa de inserción laboral de inmigrantes; al secretario general de la Comisión Islámica, Abderramán Benyaya, y al presidente de la comunidad hebrea, Jacobo Wahnon, con barba, corbata y paraguas.

Todos han desayunado juntos, son amigos y han decidido hacerse la foto en la que va a ser llamada Plaza de las Cuatro Culturas, junto a un monolito en honor a un melillense hebreo. 'Si nos das algo de dinero', bromea el judío Jacobo Wahnon, 'podemos liarnos a paraguazos y tienes una foto estupenda'. 'Aquí vamos a poner un edificio intercultural, para que cuando tengamos que darnos palos no haya que ir muy lejos', continúa Wahnon en un tono, un trato amigable que no se corresponde, según ellos, con el que sus comunidades mantienen entre sí.

Cuando el periodista pregunta quién era el melillense homenajeado en la escultura de la plaza, sólo Jacobo Wahnon lo sabe. 'Era Yamin A. Benarroch, un judío, gran benefactor de Melilla, construyó una de las sinagogas mejores de la ciudad, ayudó a muchos barrios, un gran hombre'. Los otros no habían oído hablar en su vida de Yamin A. Benarroch.

'Eso es lo que pretendemos corregir, el gran desconocimiento que tenemos los unos de los otros. Sólo nos podremos respetar si nos conocemos', reconoce Abderramán Benyaya.

Lo de menos en Melilla es que la semana pasada, tras el ataque del 11 de septiembre a Estados Unidos, en el barrio musulmán de La Cañada, donde más cuotas de fracaso escolar, delincuencia y paro se registra, apareciese una pintada honrando a Bin Laden o que esa misma semana se asaltaran las tumbas del cementerio judío. Todas las fuentes consultadas coinciden en que aquello fue obra de 'unos niñatos gamberros'. Según otros jóvenes musulmanes de La Cañada, los autores no eran más que, los 'típicos payasos pastilleros con ganas de dar el cante, que dos días antes ni sabían quién era Bin Laden'.

Aquella pintada y lo de las tumbas fue lo de menos. Lo importante, según los fotografiados, es que Melilla es un laboratorio de religiones que ni España ni Europa, ni por supuesto, los melillenses, deberían descuidar. 'El integrismo se nutre del analfabetismo, del paro, de la desesperación', señala el abogado musulmán Mohamed Busian. 'Y eso es lo que sobra entre la población musulmana en Melilla. A ver si ves a algún policía local que sea musulmán, todos los cargos de la Administración pública los copan los cristianos. No hay convivencia, sino coexistencia. No hay que darle importancia a lo de las pintadas, pero tampoco hay que quitársela. Los chavales en paro y sin cultura pueden ser utilizados mañana por el iluminado de turno'.

Estamos ahora en el centro del analfabetismo, el paro y la desesperación, en pleno barrio de La Cañada de la Muerte, frente a un quiosco de chucherías, con cuatro sillas, a las cuatro de la tarde y ocho jóvenes con todo el día por delante ('ésta es nuestra oficina del Inem', dice uno de ellos) charlando sobre el 11 de septiembre.

Los comentarios que más suelen repetir son estos: 'La relaciones con los judíos de Melilla no son ni buenas ni malas. Simplemente, no hay'. '¿Es verdad eso de que en las torres trabajaban cuatro mil judíos y que ese día no fue a trabajar ninguno?' 'No me alegro por las víctimas de las torres, que no tenían culpa de nada, pero me alegro por los gobernantes de Estados Unidos'. En una de las mezquitas del barrio, los creyentes, entrados en los cincuenta años, también cuestionan la autoría del atentado: 'El islam, cuando hace una guerra, no mata niños ni mujeres ni ancianos. Un musulmán nunca puede atacar a una persona sin defensa. Y Bin Laden siempre atacó objetivos militares'.

De los jóvenes, ninguno quiere dar su nombre. Pretenden presentarse el lunes en Madrid porque hicieron un examen hace poco para ingresar en el ejército profesional, los suspendieron y quieren recurrir. 'Íbamos 40 melillenses a hacer el examen psicotécnico. De los 40, todos los cristianos aprobaron, y de los 16 musulmanes, sólo uno. Eso se llama racismo. Y aquí, en Melilla, el Ejército es la única salida. Todos los chavales musulmanes estamos deseando cumplir 18 años para ser metopas (militar profesional de tropa y marinería) y ganar unas 150.000 pesetas al mes'.

De pronto los jóvenes se ríen a carcajadas y comienzan a hablar el tzamaigt, la lengua bereber que, por cierto, no cuenta con ningún programa ni informativos en la televisión local. Alguno menciona la palabra talibán y aún provoca más risas. Al rato uno de ellos confiesa el motivo. Acababan de ver pasar a un amigo en su coche, junto a su esposa, que llevaba el rostro cubierto, excepto los ojos. Uno de ellos dijo que parecía una talibán y otro que parecía una mona.

No abundan en Melilla las mujeres de rostro cubierto. Sin embargo, la jiyab, o pañuelo negro que cubre el cabello, cada vez se ve más entre las jóvenes. ¿Es el integrismo, que presenta su tarjeta de visita? Según Albdelkader Mohamed Alí, el presidente de la asociación Badr (la más ortodoxa de Melilla, a tenor de otros musulmanes), hay que distinguir muy bien entre lo que aconseja el Corán ('que la mujer vista con recato y que su pañuelo le cubra desde el nacimiento del cabello hasta el final', cita Mohamed Alí) de esos rigoristas que son tan-tan-tan rigurosos que falsifican el islam induciendo al suicidio o tapando el rostro de las mujeres.

Para algunos cristianos como el diputado Antonio Gutiérrez, presidente regional del PP (partido mayoritario en las últimas elecciones generales), no sólo no hay integrismo ni desconocimiento mutuo, sino que la convivencia es ejemplar: 'En la Semana Santa, los musulmanes en la calle muestran un respeto digno de mención. En el Ramadán, la ciudad se engalana con las mismas luces de Navidad. El día del Perdón hebreo o Yom Kipur, no hay clase tampoco en las comunidades musulmanas. En el fin del Ramadán, todos los colegios tienen vacaciones. Este año se van a impartir clases de religión islámica en los colegios'.

'El problema', señala Benyaya, el presidente de la comisión islámica, 'es que buena parte de los cristianos no ve las desigualdades porque no las padece. Y si no nos preparamos para cuando la comunidad musulmana sea mayoritaria, y lo será dentro de poco, se puede generar una política de revanchismo'.

El pañuelo negro

Salaha y Salima son primas, estudian en Melilla cuarto de Derecho y tercero de Económicas. Ambas cubren su cabello con la jiyab o pañuelo negro, ambas gastan la misma forma de estrechar la mano al desconocido: brazo, palma y dedos totalmente rígidos y extendidos, el pulgar, sin rozar siquiera a la otra persona. Lo mismo que algunas de sus amigas en Melilla, han experimentado un bullir de su conciencia religiosa hace pocos años. Al sentirlo, se pusieron el pañuelo y decidieron llevar siempre consigo un pequeño Corán. Para ellas, integrismo es algo que les sirve a los talibán para manejar al pueblo en nombre de Alá. Pero, dicho esto, señalan: 'Aún no hay pruebas de que sea Bin Laden, pero si realmente es él, que se le juzgue en el tribunal de La Haya. Pedir su cabeza, hablar de justicia infinita, es volver a la Edad de Piedra. Si se quiere erradicar el terrorismo, antes habría que condenar a Sadam Husseim y a Ariel Sharon'. Salima y Salaha no se bañan en la playa de Melilla. Si acaso, en alguna de Marruecos, sin conocidos a la vista y vestidas. La línea entre esa postura y el integrismo, para el presidente de la comunidad hebrea en Melilla, Jacobo Wahnon, es muy fina, pero clara: la tolerancia. 'Si no pretenden imponer sus convicciones, estupendo'. Ambas creen que los hebreos melillenses son más celosos de su intimidad que los musulmanes y los cristianos. Sin embargo, Jacobo Wahnon opina que su comunidad es abierta. 'Lo único es que no está permitido es el matrimonio con gente de otras comunidades. Por lo demás, en nuestro colegio hay sólo un tercio de niños hebreos'.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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