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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Por impulso soberano

La literatura es una actividad solitaria que no depende de dineros, caprichos y humores ajenos, y que a Fernando Fernán-Gómez, que lo ha hecho ya todo en el cine, en el teatro y en la televisión, le cuadra estupendamente ahora que ha cumplido 80 años. Y quien ya desde los nueve años quería ser, además de niño actor, escritor como Emilio Salgari.

Fernando Fernán-Gómez, con el tiempo, se lanzó a la literatura con dispar fortuna. Hace cuarenta años publicó su primera novela, El vendedor de naranjas, una agridulce mirada al mundo del cine madrileño de la época, que no era Hollywood precisamente, ni la suya Cinematógrafo, de Carranque. Escribió obras de teatro, guiones de televisión y siguió con las novelas. Fernando Fernán-Gómez, ese pedazo de actor inalcanzable, tiene escritas una obra de teatro, excepcional, Las bicicletas son para el verano; una novela, excepcional, El viaje a ninguna parte, y un libro de memorias, excepcional, El tiempo amarillo. Además de otras cosas.

CAPA Y ESPADA

Fernando Fernán-Gómez Espasa. Madrid, 2001 210 páginas. 2.900 pesetas

Entre estas otras cosas cabe situar su última novela, una mirada ligera y amable sobre una época que él como cómico conoce a la perfección, el Siglo de Oro, y sobre un personaje tan increíble que si este país hubiera dado grandes escritores de relatos históricos hubiera protagonizado uno de esos relatos: Juan de Tassis Peralta, conde de Villamediana y Correo Mayor del Reino, excelente poeta, consumado espadachín, infatigable requebrador de damas en amplio abanico que igual hollaba conventos que (dicen) aposentos reales, el de la mismísima doña Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV.

Era, sin duda, mucho personaje para las fuerzas de Fernando Fernán-Gómez y éste ha preferido situar el cuadro en ese Madrid de la mala vida de la corte de Felipe IV a la manera de José Deleito y Piñuela, autor de vivísimas descripciones de la vida popular y cortesana de aquel entonces. Y qué le debemos, pues, a Fernando Fernán-Gómez. Le debemos bastante: la excelente carpintería teatral de la novela; la soltura con la que se desenvuelven los personajes de estas páginas; una cierta mirada tolerante y liberal hacia las flaquezas de la carne. Y entretener al lector, al que se dirige como el primer actor que siempre es.

No sería de extrañar que esta novela hubiese sido, antes, proyecto teatral o cinematográfico. De este Villamediana incluso se hubiera podido hacer una película para televisión. Pero como novela, ya digo, el despliegue de fuerzas es muy justo. Hay mucho personaje todavía, y Fernán-Gómez, con un libro amable y correcto, sin más ambición, no lo ha agotado ni mucho menos. Pero ésta es su estimable aportación.

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