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Crítica:ESTRENO | 'Vuelvo a casa'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra vuelta de tuerca

Cuando se aproximaba a los 90 años -tras filmar en alrededores del río Duero, cerca de Oporto, la inmensa Valle Abraham-, el eminente cineasta portugués Manoel de Oliveira replegó la energía de su imaginación hacia proyectos más ligeros, menos comprometedores, con aires libres de cine vitalista y de alivio. Y esta estrategia creadora se materializó en películas como Party, Inquietud y La carta, ciertamente elegantes y excelentes, pero de juego elusivo y no comprometido con el fondo, por fuerza de la altura de sus años testamentario, de esta etapa de desembocadura de su vasta vida y obra.

Pero ahora, cuando Oliveira roza los 95 años y afronta con arterias de muchacho el lustro del último despliegue de su inquieta, fértil hasta lo inagotable, vivaz y asombrosa imaginación, que le está convirtiendo en dueño único de todo un siglo de cine, este gran artista nos da Voy para casa, otro filme movido por un nuevo o renovado empuje testamentario.

VUELVO A CASA

Dirección y guión: Manoel de Oliveira. Intérpretes: Michel Piccoli, Antoine Chappey, John Malkovich, Catherine Deneuve, Leonor Silveira, Leonor Baldaque, Ricardo Trepa. Género: drama. Francia-Portugar, 2001. Duración: 90 minutos.

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En él, Oliveira nos empuja suavemente, hablándonos al oído sin ruido ni énfasis, a dar la cara a imágenes e ideas del dolor y el consuelo de un manso acabamiento íntimo, que rescata a través de dos momentos crepusculares de El rey se muere, de Eugene Ionesco, y de La tempestad, de Shakespeare, luego completados con la escenificación de un tercer apocalipsis murmurado procedente del Ulises de James Joyce. Y maneja así Oliveira tres vértices del genio escénico, con los que triangula el cerco del acabamiento y muerte del gallardo viejo actor que, en su más conmovedora interpretación, construye el magnífico Michel Piccoli.

No estamos ante cine fácil de ver, una de esas películas efímeras que entretienen un rato y luego se olvidan, sino ante cine austero y complejo, a ratos incómodo, hecho con densidad de pensamiento y deudor, como casi todo el cine que importa, de zumo de teatro abierto a zonas de la vida que conciernen a todos los que aún miran la pantalla con los ojos abiertos.

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