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Columna
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A la manera del hombre

El tiempo sigue jugando un extraño juego de fechas y de duendes. Hace ahora tres años, un siete de este mismo mes, visitaba Sevilla Simón Peres, invitado por Manuel Chaves. Animaba entonces al israelí el propósito de examinar in situ cómo es una autonomía, la nuestra en este caso, con la mirada puesta en Palestina, naturalmente. De la conferencia que pronunció en San Telmo saqué una crónica apresurada, y esperanzada, que apareció en este periódico dos días después. Pero las notas que entonces tomé fueron muchas más de las que allí cabían. Algunas he recuperado hoy de un tembloroso papel medio extraviado y tienen la fuerza triste de una profecía derrumbada, o a punto de derrumbarse, como las torres de más triste fama. Decía entonces el hombre que perdió el poder, precisamente por iniciar la paz: 'Israel tiene que dejar de ser el dominador de la vida palestina'. 'Los palestinos necesitan 100% de libertad, pero tenemos que luchar juntos contra el terror'. 'Israel tiene que admitir la existencia de dos estados, uno israelí y otro palestino (desde luego, no más asentamientos) e impulsar una Palestina también próspera y democrática'. En cuanto a las religiones: 'El señor de los cielos no necesita ser reelegido'.

Mucho dan que pensar aquellas palabras, que ahora parecen gritar su deseo de revivir. Un auténtico programa político que, de haberse cumplido, o iniciado al menos, probablemente no estaríamos donde estamos, porque habría desactivado la espoleta-pretexto que utilizan los terroristas islámicos de todo el mundo. Pero la política de ese tosco halcón llamado Sharon, con la anuencia de Estados Unidos, no hizo más que arrojar gasolina al incendio. Estos días, por encima del estrépito, vuelven a buscarse, con desesperación, las miradas de Peres y de Arafat. Ayudémosles. Tal vez no esté todo perdido. Tal vez haya tenido que producirse la conmoción terrible para que vuelvan a tener sentido las profundas convicciones democráticas, laicas y equitativas de Simón Peres. Lo único que puede tener sentido.

A guisa de epílogo de aquella conferencia, el hoy atribulado Premio Nobel de la Paz contó aquel cuento del rabino que planteaba a sus discípulos cuándo puede decirse que acaba la noche y empieza el día. Unos opinaban que cuando comienza a distinguirse una cabra de una oveja; otros, que cuando un olivo de una higuera... No, contestó el maestro: 'Cuando conoces a un hombre, y antes de saber si es pobre o rico, dices: es mi hermano'. Eso me ha hecho recordar estos días otro viejo cuento, pero esta vez turco-árabe. Se dice que cuatro muchachos le pidieron un día a Nasreddín Roca (picaresco personaje popular) que les ayudara a repartirse un saco de nueces. ¿Qué tipo de reparto deseáis, el de Dios o el del hombre? -El de Dios-, respondieron los muchachos. Entonces Nasreddín abrió el saco, y al primero le dio dos puñados. Al segundo, uno. Al tercero, unas cuantas nueces, y al último ninguna. '¿Qué clase de reparto es éste? -protestaron los demandantes. -Pues el de Dios-, respondió Nasreddin-. Él le da mucho a unos, poco a otros y nada a los demás. Si me hubierais pedido el reparto a la manera del hombre, os lo hubiera hecho a partes iguales'.

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