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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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'Osaba' Bin Laden

A finales del siglo XIX el hijo de un industrial bilbaíno disfrazado de aldeano se propuso encontrar curación a su principal angustia. Y la encontró en el pasado, en una combinación de religión y nación que plasmó en el lema 'Dios y Leyes Viejas', lema que, un siglo después, sigue dando nombre a nuestro primer partido gobernante. Sabino Arana murió sin resolver el dilema que por entonces aquejaba a muchos otros pequeños burgueses: si conservar sus menguantes posesiones o despreciarlas para conseguir lo que envidiaban de otros.

Delicada cuestión, difícil de solucionar en la dura realidad, pero más asequible en el mundo simbólico y de la imaginación. De ahí la paradoja romántica de querer 'recuperar' lo que nunca se ha tenido, pero que uno siente que por derecho ancestral le pertenece. No hablo desde fuera, pues yo misma he caído en el pecado. Los actuales dirigentes, que han heredado este dilema, tampoco intentan resolverlo, sino surfear entre ambos mundos para quedarse con lo mejor de ellos. Quieren ser jefes de tribu de montaraces vascos, sin dejar de ser asimismo los gestores de los cuantiosos recursos de una sociedad moderna. Para ello se dividen los papeles entre el Partido y el Gobierno. Mientras uno juega a jefe de la tribu y guardián de las esencias de 'lo vasco', otro ejerce de presidente de un gobierno civilizado y custodia el tesoro público. Pero si siguen jugando a aprendices de brujo, pueden terminar quedándose fuera del gobierno y sin la tribu.

'Tras la caída de las Torres está naciendo una nueva forma de diálogo en el mundo'

El terrorismo impide que nos desentendamos de los efectos perversos de aquella semilla combinada de religión y nación. Tras la caída del muro de Berlín, el carácter laico, que había dominado en muchos movimientos revolucionarios, fue arrasado por el fundamentalismo. Para los fanáticos, 'Dios y Leyes Viejas' o 'Alá y Leyes Coránicas' significan lo mismo: que sólo unos pocos poseen la verdad y que quienes se nieguen a reconocerlo deben ser considerados enemigos a destruir. Ese principio no es más absoluto hoy de lo que lo fue para Sabino Arana, pero ni él ni sus sucesores se atrevieron a ponerlo nunca en práctica.

Por eso, aún ahora, la mayoría de los nacionalistas como la mayoría de los musulmanes, se horrorizan de que alguien les relacione con los asesinos despiadados. Se lamentan que quieren criminalizarles por razón de las ideas. Pero la justicia de su queja quedará diluida mientras no saquen las debidas conclusiones de un hecho terrible: los terroristas presentan sus crímenes sanguinarios como la lógica consecuencia de su voluntad de llevar hasta el final el ideario nacionalista o religioso.

Sería enormemente esperanzador que los dirigentes nacionalistas aprendieran de los últimos acontecimientos a buscar en su pasado el caudal de moderación y auto limitación que les ha mantenido durante casi un siglo respetables. Pero no es fácil que lo hagan, pues ya han decidido que ETA nada tiene que ver con Bin Laden, ni Euskadi con el Islam. Entre tanto, subvencionan con dinero público a organizaciones culturales y sociales de de marcada ideología desde las que se difunde el fanatismo; los sindicatos de la Ertzaintza denuncian las trabas que encuentran en sus mandos para la lucha contra los terroristas. Y los propios dirigentes reconocen que no desean la derrota de ETA.

Sin embargo, el mundo ha empezado a cambiar. Tras la caída de las Torres está naciendo una nueva forma de diálogo. Los norteamericanos se dirigen a los gobiernos amigos de Pakistán, Arabia Saudita, Túnez, Marruecos, Qatar, Bahrein y los Emiratos Árabes instándoles a que acaben con cualquier tipo de apoyo que su gobierno, o sus ciudadanos, puedan estar prestando a grupos extremistas. Esperan de ellos una colaboración sin reservas para erradicar un terrorismo que se exporta desde dichos países.

La representación de la nación vasca, que asume el lehendakari, define el núcleo de su responsabilidad en derrotar a quienes, en nombre de la misma nación y de los mismos principios y fines, envían coches bomba a matar a ciudadanos españoles. Hasta ahora el lehendakari venía diciendo: 'Una cosa es la pacificación y otra distinta la política: mantengamos ambas cuestiones separadas'. Los talibán han roto esa delicada línea de separación y, en el futuro, la marea de la responsabilidad política alcanzará a todos los gobiernos que tengan algún osaba en su álbum familiar. Tanto al gobierno vasco como a los gobiernos árabes que comparten la interpretación de más o menos artículos del Corán con aquellos de sus ciudadanos que han abrazado el fundamentalismo.

Montaje fotográfico con Osama Bin Laden.
Montaje fotográfico con Osama Bin Laden.

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