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Columna
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La pesadilla y Zarrías

Los desenlaces largamente demorados (el que padece el afanoso protagonista del El castillo de Kafka que insiste en vano en visitar la fortaleza o la guarnición que espera el ataque improbable de los tártaros en la novela de Dino Buzzati) son una de las formas en que la literatura imita el sabor de la pesadilla. Gaspar Zarrías, consejero de la Presidencia, ha reproducido en política el terror al infinito al asegurar en una entrevista mantenida con este periódico que es necesario para el desarrollo de la comunidad que el PSOE gobierne otros veinte años y, es de suponer que, cuando se cumpla ese periodo, desee otros veinte y después otros veinte y así hasta la consunción de los tiempos.

Al menos, desde un punto de vista fantástico, el deseo del consejero de multiplicar el gobierno socialista en Andalucía produce un temor sordo, íntimo, casi metafísico. No por miedo a que la socialdemocracia pueda extender y aplicar legítimamente sus criterios de gobierno de forma dilatada en nuestra comunidad sino por un simple temor a una parálisis inconcreta del tiempo o a una eterna repetición de los ciclos. Un anhelo así se asemeja a la vida eterna o a la contemplación definitiva de Dios. Quizá en alguna pesadilla alguien haya concebido la gloria como una reunión de andaluces ataviados con túnicas y las manos juntas que miran, con la solemnidad propia del más allá, el rostro complacido de su presidente y los de sus asesores.

Para soñar este cuadro el PSOE andaluz, además de fe en sí mismo, debe tenerla en la aparente torpeza de la derecha, una confianza a todas luces exagerada y que puede dar al traste con sus anhelos.

Pero acaso la verdadera imagen de terror que suscita el singular sueño que ha entrevisto Zarrías no es que el PSOE permanezca en el gobierno por la fidelidad de sus votantes otros veinte años (lo que ya es mucho decir, pues las generaciones cambian e incluso la materia más dura es tornadiza) sino que los gobernantes, los candidatos y los barones que ya conocemos encarnen ese proceso infinito.

La profecía del consejero me recuerda una película titulada El día de la marmota en la que un sujeto, a causa de un desarreglo del tiempo, vive atrapado en un solo y único día, lo que le permite aplicar un beneficioso socialismo: entretiene y salva en la calle al hombre que va a ser aplastado cada día por un camión, envía un médico al paciente condenado a morir de un infarto o coloca un policía en el banco que fue asaltado el primero de la serie sin fin de los primeros días que está abocado a soportar.

Si transformamos el día repetido de la película en el mandato constante que sugiere el consejero tendremos un paisaje en el que Chaves sigue abriendo legislaturas, ciertos consejeros repitiendo discursos en el Parlamento con la misma convicción y Antonio Sanz -¡ay dolor!- en el papael de demagogo de la oposición.

Muchas veces la confianza en uno mismo transforma lo pasajero en estático cuando en realidad nada permanece, la energía se corrompe y como decía Heráclito ningún hombre se ríe dos veces en el mismo baño. O algo parecido.

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