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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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Unos doscientos millones de eurípides

La dudosa Bienal de Valencia concluye con unas 'Troyanas' pasadas por el agua de la trágica Irene Papas, la vuelta ciclista en curso evoca a un Machado de postrimerías y el impacto mediático pende todavía de las derruidas torres gemelas.

Vuelta a España

Pocas cosas tan aburridas como la aburrida retransmisión televisiva de las etapas iniciales de una carrera ciclista. Y tan instructivas, pese a su épica de repostería. Ahí se ve con un detalle sin misericordia que Castilla es poco más que un páramo de peaje hacia costas o montañas, y ahí también uno reniega de la apología al olmo viejo de Machado y de las alegres primaveras de Ridruejo, se ve inclinado a odiar la lírica fascista de Laín y a desdeñar las recias dudas cristianeras de Unamuno a lomos de su jamelgo salmantino. Vaya tropa de meseta. Y Perico Delgado en plan simpático ex ciclista que repite mil veces aquello del esfuerzo individual y la estrategia de equipo, cuando al espectador que sestea le importa, como en todo, la colocación en las llegadas. Qué vuelta, que historia la de España.

Caballitos de Troya.

Es estupendo que la gran trágica griega Irene Papas asevere que en Las Troyanas Eurípides trataba de desmontar las ideologías racionalizadoras del espíritu guerrero para esclarecer la codicia monetaria que las sustenta. Lástima que tan hermosa puesta al día de la tragedia griega se formule a expensas del talonario institucional de una subsecretaría sin otro empeño conocido que el de su autopromoción. Se ignora todavía si la firmeza en la decisión de Irene Papas, La Fura dels Baus o Santiago Calatrava al asumir funciones representativas a lo Julio Iglesias terminará reclamando la atención de una comisión parlamentaria. Mientras tanto, Sagunto y sus naves devastadas resisten pese a la presumible destrucción cartaginesa de su mejor escenario, y la profesión local sigue preguntando en vano qué hay de lo suyo. Una época troyana.

América, América.

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Algunas grandes cadenas radiofónicas de Estados Unidos han prohibido o desaconsejado la emisión de canciones de Beatles, John Lennon, Simon y Garfunkel, Cat Stevens o Bod Dylan, entre otras muchas, en una medida curiosamente contagiada del oponente fundamentalista. Entre las múltiples consecuencias de la masacre neoyorkina no habrá de ser la menor el repunte de un conservadurismo de signo estrafalario, que alcanza a lo que se ve a musiquillas tan inofensivas como la de la benemérita Imagine. Es como si aquí la Dirección General de Tráfico desaconsejara escuchar al paliza de Sabina por su afición a los baretos o a Víctor Manuel en nombre de la minera situación del sector minero. Hay muchas otras razones para desdeñar el fúnebre deleite que este tipo de cantantes pueda proporcionar, pero se diría exagerada la fatwa occidental que querría proscribirlos. Calma y Mozart.

Es decir.

Como repiten todos estos días los informativos de las teles hacia la mitad de su emisión, también en el mundo pasan cosas distintas a la atención que merece el síndrome terrorífico de la zona sur de Manhattan, y ahí reaparecen los hispánicos carteristas gestionados y las mafias de diverso calibre que llenan de muertos las noches de las ciudades. Lo más curioso, a tenor de las curiosas informaciones policiales sobre esos asuntos, es la propensión al descuido de los presuntos implicados una vez que se ponen en faena. Los pilotos suicidas olvidan el manual de instrucciones de vuelo en un coche abandonado, la responsable de los gestionistas carterados lleva un diario repleto de pelos y señales, la Iglesia observa una contabilidad religiosa donde la mano izquierda sabría lo que hace la derecha en el trasiego manual de los billetes, el presidente Aznar alardea de su conocimiento de los clásicos afirmando que en tiempos de tribulación mejor no mudar el apoyo a Fraga. Y eso que Rodrigo Rato todavía no ha abandonado La Moncloa.

El enemigo difuso.

En esta atrocidad es determinante la pregunta acerca de cuántos fundamentalistas islámicos dispuestos a ganarse el paraíso a costa de nuestras vidas pueblan en este momento algunas ratoneras de la fortaleza occidental. No es preciso seguir las novelas de Le Carré para saber que el mejor infiltrado es el infiltrado dormido, a la espera de la orden mortal que habrá de despertarlo. Esa incertidumbre cuenta para todo y para todos. Paranoias al margen, llama la atención que algunos conocidos se hayan regocijado discretamente con la masacre neoyorkina. A algunos irresponsables que se ganan la vida como columnistas de ocasión habría que recomendarles una estancia en Kabul de un par de años, a fin de que supieran lo que vale un turbante fundamentalista fuera de los garitos del barrio del Carmen en los que ejercen, after hours, con su trago largo en el gaznate.Caballitos de Troya.

Es estupendo que la gran trágica griega Irene Papas asevere que en Las Troyanas Eurípides trataba de desmontar las ideologías racionalizadoras del espíritu guerrero para esclarecer la codicia monetaria que las sustenta. Lástima que tan hermosa puesta al día de la tragedia griega se formule a expensas del talonario institucional de una subsecretaría sin otro empeño conocido que el de su autopromoción. Se ignora todavía si la firmeza en la decisión de Irene Papas, La Fura dels Baus o Santiago Calatrava al asumir funciones representativas a lo Julio Iglesias terminará reclamando la atención de una comisión parlamentaria. Mientras tanto, Sagunto y sus naves devastadas resisten pese a la presumible destrucción cartaginesa de su mejor escenario, y la profesión local sigue preguntando en vano qué hay de lo suyo. Una época troyana.América, América.

Algunas grandes cadenas radiofónicas de Estados Unidos han prohibido o desaconsejado la emisión de canciones de Beatles, John Lennon, Simon y Garfunkel, Cat Stevens o Bod Dylan, entre otras muchas, en una medida curiosamente contagiada del oponente fundamentalista. Entre las múltiples consecuencias de la masacre neoyorkina no habrá de ser la menor el repunte de un conservadurismo de signo estrafalario, que alcanza a lo que se ve a musiquillas tan inofensivas como la de la benemérita Imagine. Es como si aquí la Dirección General de Tráfico desaconsejara escuchar al paliza de Sabina por su afición a los baretos o a Víctor Manuel en nombre de la minera situación del sector minero. Hay muchas otras razones para desdeñar el fúnebre deleite que este tipo de cantantes pueda proporcionar, pero se diría exagerada la fatwa occidental que querría proscribirlos. Calma y Mozart.Es decir.

Como repiten todos estos días los informativos de las teles hacia la mitad de su emisión, también en el mundo pasan cosas distintas a la atención que merece el síndrome terrorífico de la zona sur de Manhattan, y ahí reaparecen los hispánicos carteristas gestionados y las mafias de diverso calibre que llenan de muertos las noches de las ciudades. Lo más curioso, a tenor de las curiosas informaciones policiales sobre esos asuntos, es la propensión al descuido de los presuntos implicados una vez que se ponen en faena. Los pilotos suicidas olvidan el manual de instrucciones de vuelo en un coche abandonado, la responsable de los gestionistas carterados lleva un diario repleto de pelos y señales, la Iglesia observa una contabilidad religiosa donde la mano izquierda sabría lo que hace la derecha en el trasiego manual de los billetes, el presidente Aznar alardea de su conocimiento de los clásicos afirmando que en tiempos de tribulación mejor no mudar el apoyo a Fraga. Y eso que Rodrigo Rato todavía no ha abandonado La Moncloa.

Irene Papas, en la representación de Las Troyanas, el sábado en Sagunto.
Irene Papas, en la representación de Las Troyanas, el sábado en Sagunto.SANTIAGO CARREGUÍ

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