Formas
Simpleza: las formas son consustanciales al sistema democrático, ergo si se pierden, o se renuncia a ellas, la democracia se resiente. Obviedad: la soberanía popular reside en las Cortes Valencianas y el Consell es una consecuencia de la voluntad política de aquellas, de tal suerte que el ejecutivo queda supeditado al legislativo. Paradoja local: el presidente de la Generalitat convoca a la presidenta del parlamento autonómico y a los portavoces de los grupos parlamentarios en la oposición a su despacho para tratar sobre la conveniencia o no de retrasar el debate de política general tras el atentado a las torres gemelas en Nueva York. Consecuencia: inversión de los papeles con claro dominio del ejecutivo sobre el legislativo, pérdida de las formas y merma de la calidad democrática. Estrambote: aquí, entre el silencio de unos y la sumisión de otros, no pasó nada aunque las formas democráticas fueran arrastradas por rastrojos. A saber: a) el presidente de la Generalitat impuso su voluntad con manifiesta desconsideración hacia los hábitos parlamentarios; b) la presidenta de las Cortes Valencianas -nada nuevo bajo el sol- volvió a ser el escabel del Consell, con expresa renuncia a sus competencias y a su dignidad institucional, y c) los portavoces parlamentarios del PSPV y EU evidenciaron su condición de tragaldabas políticos con su asistencia a la reunión.
Con tales antecedentes nadie debería sorprenderse de que la presidenta de las Cortes aproveche una pelea entre secundarios del PSPV con ambición por convertirse en estrellas para entrometerse frívolamente en los asuntos internos del principal partido en la oposición. Al fin y al cabo, si las formas democráticas se degradan hasta el extremo comprobado, cualquier cosa puede ocurrir, incluso que Marcela Miró actúe como una mera terminal del Consell. Tanto que en ocasiones se pasa. Como en el pasado debate de política general que con sus asistencias a Eduardo Zaplana acabó por desmerecer la actuación de éste. La presidenta de las Cortes debería recordar la simpleza y la obviedad democrática.
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