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Columna
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Hoy somos neoyorquinos

Hoy todos nosotros somos neoyorquinos y también norteamericanos de primera fila y de claras lealtades. Ayer hemos firmado en el libro de condolencias abierto en la Embajada de Estados Unidos. Desde el martes día 11 tenemos izada como nuestra la bandera de las barras y las estrellas en las ventanas y en los balcones, tanto de nuestras viviendas como de nuestros lugares de trabajo, como debería estarlo en las de los centros oficiales o, por lo menos, en los de las ciudades y municipios de toda España. Unas banderas que llevaremos con nosotros cuando desfile esa manifestación multitudinaria que seguimos aguardando. El dolor de América y sus víctimas son nuestros, forman ya parte indisoluble de nuestra biografía. Los hemos adoptado para siempre como una seña irrenunciable de identidad personal. A nadie cedemos la primacía en esos sentimientos y en esas solidaridades. Ante la catástrofe de las Torres Gemelas y del Pentágono, nadie podrá encontrarnos buscando o sugiriendo explicaciones que pudieran traer el sonido, ni siquiera remoto, de justificación alguna.

Enseguida nos amparamos en Emilio Lledó y en su Memoria de la ética (Ediciones Taurus) para recuperar el privilegio de la mirada, cuyo sentido, nos dice, consiste en traspasar la frontera de su solitaria claridad, ver otras cosas, reconocer que los ojos existen para llenarse de lo que no son ellos mismos. Privilegio de la mirada que nos lleva hacia el privilegio del sentido, es decir, a vislumbrar razones y causas con cuyo conocimiento sea posible evitar que los comportamientos se deslicen, colectivamente, hacia la destrucción de los individuos. Y llegar a ese espejo de Aristóteles donde, hecho palabra, se presentó al hombre como ser capaz de crear convivencia y luchar por descubrir formas de concordia. Explica Lledó, siguiendo a Havelock, que el instinto de defensa de la vida puede quedar domeñado por una idea a la que el individuo entrega el privilegio de su singularidad y que, desde el momento de esa elección hacia el largo territorio de lo colectivo, comienza el êthos a salir del cubículo del cuerpo para entrar en el espacio donde se teje lo social y se inicia, realmente, la humanización. Es la opción de vivir en la memoria, de creer que la existencia, a través de la palabra, llega más allá de lo que alcanza el tiempo asignado a los hombres y es más valiosa que la simple singularidad que encarna.

Habría que evitar dar coces contra el aguijón. Evitar la renuncia a la superioridad moral. Examinar a quiénes encomendamos nuestra defensa. Comprobar el valor insustituible del hombre y la neutralidad inerte de las tecnologías. Observar cómo los fanáticos han podido acceder a ellas sin ser erosionados por el ambiente vivido en los mismos Estados Unidos. Cómo el fanatismo puede anidar imperturbable sin que el medio ambiente occidental lo haya alterado, sin que ni siquiera expuestos a los rayos catódicos de la televisión los fanáticos hayan cumplido esa función clorofílica que da vida a las plantas, gracias a la fotosíntesis.

Los fanáticos han probado no ser biodegradables, han resultado inatacables por los ácidos de nuestra civilización. Veamos de qué se compone la vanguardia de nuestras defensas, muchas veces entregada a los mercenarios reclutados entre el desecho social, y comparemos con la convicción a muerte de quienes tenemos enfrente. Porque de Joseph Conrad aprendimos, en El agente secreto, que la locura sólo es verdaderamente aterradora en la medida en que es imposible aplacarla por la amenaza, la persuasión o el soborno. Y también que la vida está abierta al ataque en todos los flancos, en tanto que la muerte carece de restricciones y de ahí su superioridad inicial. Pero también fuimos prevenidos de que el espía en determinadas circunstancias tiene todas las facultades para fabricar los hechos y propagar el doble mal de la emulación en una dirección, y del pánico, la legislación apresurada y el odio irreflexivo, en la otra. Recordado lo anterior, ahora debería iniciar esta columna con las observaciones sugeridas después de permanecer el pasado domingo expuesto durante casi doce horas a la información brindada por la CNN norteamericana, empezando por refutar el fatalismo de la represalia anunciada por Bush, cuyo paradigma describió certero Rafael Ferlosio en su ensayo Cuando la flecha está en el arco tiene que partir. Pero tenemos que dar paso a la publicidad. En una semana volveremos.

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