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Tribuna:UN HECHO QUE PUEDE CAMBIAR EL CURSO DE LA HISTORIA
Tribuna
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¿Es el comienzo del siglo XXI?

Timothy Garton Ash

¿Dónde estaba usted cuando oyó la noticia de que habían asesinado a Kennedy, de que estaba cayendo el Muro de Berlín, y ahora, de que el World Trade Center estaba siendo atacado?Éste fue uno de esos momentos que definen la experiencia y la emoción global, compartidas por medio de la televisión. Pero la pregunta importante es, ¿qué clase de acontecimiento global será? ¿Será como el asesinato de Kennedy, terrible, inolvidable, pero en último término de escasa importancia para el curso de la historia? ¿O será más bien como la caída del Muro, un acontecimiento que cambia de verdad el curso de la historia, y cuyas consecuencias se harán sentir durante muchas décadas y en todos los continentes?

Si la caída del Muro fue el auténtico final del siglo XX, hay razones para afirmar que la demolición del World Trade Center fue el comienzo del XXI

Tengo la corazonada de que esto acabará por estar en algún punto intermedio, pero más cerca de lo segundo por dos razones. La primera, porque ésta era una catástrofe anunciada. Desde hace años, los expertos en seguridad han estado avisándonos de que tras la guerra fría, la mayor amenaza para la seguridad de nuestras prósperas democracias capitalistas -de Occidente o del Norte, según cuál sea su punto de vista- podría venir de los ataques terroristas. La mayor parte de la gente apenas lo creía. Sí, ponían bombas terroríficas, pero no había en realidad un gran momento que las definiera -no había un bloqueo de Berlín o una crisis de los misiles cubanos de la nueva era- para que quedasen grabadas en todas las mentes. Pues bien, aquí está: imágenes del paisaje urbano más famoso del mundo envuelto en humo y totalmente cambiado. Por tanto, lejos de ser un acontecimiento anormal y aislado, es la peor materialización posible de tendencias más profundas que ya habían sido definidas y previstas.

Segundo, tengo la sospecha de que cambiará el curso de la historia porque lo que suceda en el mundo al comienzo del siglo XXI depende más que nunca de la conducta de un solo país, Estados Unidos, y parece muy probable que este ataque tenga consecuencias incalculables para la psicología de aquel país. Una buena parte de la continuidad benigna de la política exterior estadounidense desde 1945 se debe a que el mundo exterior no ha influido directamente en las vidas de la mayoría de los estadounidenses. Cualquiera que haya vivido algún tiempo en Estados Unidos sabrá a qué me refiero. La gente refunfuñaba en los bares de las pequeñas ciudades acerca de enredarse en alianzas. Congresistas y analistas de Washington hablaban amenazadoramente de aislamiento o castigo. Pero la mayoría de la gente, la mayor parte del tiempo, no se preocupaba mucho en realidad por lo que sucedía en el resto del mundo, ni de una forma ni de otra. Sobre este sólido cimiento de indiferencia popular arquitectos de elite erigieron las torres de acero de la política exterior estadounidense.

Con el ataque externo más importante al corazón de la patria estadounidense desde que las fuerzas británicas incendiaran Washington en 1814, aquellos cimientos paradójicamente sólidos se verán sacudidos. Puede que parezca extraño temer el momento en que los estadounidenses de a pie empiecen a preocuparse de verdad por el mundo exterior, pero podríamos encontrarnos añorando con nostalgia la indiferencia y el aislamiento de antaño que tan a menudo irritaban al visitante extranjero.

Hay muchas cosas que la opinión pública estadounidenses ha impedido hacer a sus líderes en el mundo. Desde Vietnam, por ejemplo, ha existido la fobia a arriesgar las vidas de soldados estadounidenses, por miedo a que pudieran volver en bolsas. De ahí que se bombardeara Kosovo desde una altitud de seguridad de 5.000 metros. Pero había muy pocas cosas que la opinión pública obligara activamente a hacer a sus líderes en materia de política exterior. El horror de Manhattan parece haber cambiado eso, aunque sólo sea por el momento. De pronto, el grito sale de las gargantas medio estranguladas por el polvo y los cascotes, y de millones de personas en todo el país: ¡venganza! Cojan a los bastardos que hicieron esto, a ser posible con armas inteligentes y sin bajas, por supuesto, pero si no puede ser, si esto significa que algunos vuelvan en bolsas, que así sea.

¿Qué sucede, pues, en el mundo de después del 11 de septiembre? Aquí, para concentrar la mente, hay tres hipótesis:

Primera hipótesis: Estados Unidos comienza a comportase de una forma más semejante a la de Israel. Al sentirse acosado y combatido, pero con un destino manifiesto, ataca con su alta tecnología militar a todo aquel que parezca tener siquiera deseos de atacarle.

Cualquier atentado terrorista provoca represalias inmediatas, sin esperar a que haya pruebas de que el ataque vino en realidad de esa fuente. Ojo por ojo, diente por diente, y no importa mucho de quién sea el ojo o el diente. Ésta es la conducta que el ex primer ministro israelí, Ehud Barak, insta a Estados Unidos a seguir. Según él, Estados Unidos debe ir a la guerra contra el terrorismo, contra todos los terroristas conocidos.

Nunca se debe infravalorar la influencia, no tanto de Israel directamente, como del ejemplo de Israel en la derecha republicana en Estados Unidos. En los años ochenta, por ejemplo, hubo conexiones extrañas, pero sólidas entre la crueldad que Israel estaba mostrando en Líbano y la rudeza que la Administración Reagan decidió demostrar en Centroamérica. Obsesionado con su propia defensa, a Estados Unidos también le van interesando menos aún las misiones de paz en otras partes del mundo. Si Manhattan ha sido atacado, ¿a quién le importa Macedonia?

Muchas de las primeras reacciones en Washington parecen apuntar en esta dirección. El secretario de Estado, Colin Powell, dice que, sea cual sea la postura legal, la mayoría de los estadounidenses sienten que su país está en guerra, y él también lo siente así. Todo el mundo habla de Pearl Harbour y de una venganza rápida y certera. ¿Contra quién?

'No me cabe la menor duda de que es Osama bin Laden', dice el senador John Kerry de Massachussetts. Pero el multimillonario saudí está protegido por los talibán en Afganistán. Y el propio presidente Bush afirma: 'No haremos distinciones entre los terroristas que cometieron estos actos y aquellos que los encubren'.

Resultado: ¿bombas sobre Afganistán, inocentes que son asesinados junto a los culpables y más oleadas de odio que avanzan hacia Estados Unidos desde algunas partes de los mundos árabe y musulmán? Estados Unidos como el Gran Israel.

Segunda hipótesis: Occidente contra el resto. Al declarar la OTAN que el ataque a Estados Unidos es un ataque contra todos sus miembros, invocando el artículo 5 de su Tratado por primera vez en la historia, la Administración de Bush recapacita sobre su planteamiento. En vez de tomarse una venganza unilateral, EE UU elabora una estrategia con los aliados occidentales. Pero la coalición no va mucho más allá de los aliados de la OTAN y unos cuantos más de los amigos tradicionales de Occidente.

Este Occidente más grande se enzarza también en la batalla. Gran Bretaña se encuentra en primera línea, con monumentos tan emblemáticos como la torre Canary Wharf soportando los mismos mecanismos de seguridad, que sin duda alguna se impondrán ahora a las torres de oficinas de Manhattan.

Durante años habrá una batalla en marcha contra las fuerzas diversas y constantemente cambiantes del terrorismo. Los terroristas encuentran asilo en Estados que nosotros podemos definir como 'delincuentes', pero que se ven a sí mismos como hermanos en el Islam, hermanos en el antisionismo, o simplemente hermanos en la gran alineación de los pobres del mundo contra los ricos. Ellos, a su vez, están apoyados tácitamente por grandes potencias como China, que buscan aliados o clientes para su propio juego global.

Tercera hipótesis: Naciones Unidas contra los terroristas. Haciendo alarde de la paciencia y contención que demostró al abordar la crisis que se produjo a principios de este mismo año cuando un avión espía estadounidense fue derribado en China, el presidente Bush concede el tiempo necesario para establecer, con un nivel razonable de probabilidad, quién fue el responsable real de esos ataques. Las represalias armadas directas estadounidenses se limitan a ellos. Al mismo tiempo, trabaja con y por medio de Naciones Unidas para crear una coalición que actúe contra el terrorismo y que abarca más allá de Occidente. En concreto, que incluya a Rusia y China. En ciertos momentos ha dado la impresión de que la Administración de Bush pensaba que el mundo iniciaba una nueva versión de la guerra fría, con China en el papel de la nueva Unión Soviética. Pero no ha sido China la que ha golpeado el corazón de Estados Unidos.

Una acción internacional tan cuidadosamente coordinada puede ser menos eficaz a la hora de detener a determinados terroristas a corto plazo, pero su efecto a largo plazo será el de unir a Estados dispares con el pegamento más poderoso de todos: un enemigo común. En lugar del 'choque de civilizaciones' de Samuel Huntington tendríamos la defensa de la civilización, en singular. Y entre los cimientos de la civilización están los derechos humanos de todos y el derecho internacional aplicado a todos por igual.

Estas tres hipótesis parten de la inmediata respuesta a lo que el presidente Bush describió como 'asesinato en masa'. Pero las implicaciones van mucho más allá. Desde el momento en que George W Bush fue elegido, hemos estado especulando sobre hasta qué punto está preparado para que Estados Unidos vaya por su cuenta. En la jerga: ¿será unilateral o multilateral? Ahora, en las circunstancias más extremas, lo vamos a descubrir. Puede parecer aventurado insinuar que la manera en que Estados Unidos responda a un único ataque terrorista, por grande y terrible que haya sido, dará forma a todo el sistema internacional. Y, sin embargo, podría ser así. Si la caída del Muro fue el auténtico final del breve siglo XX, tenemos buenas razones para afirmar que la demolición del World Trade Center fue el auténtico comienzo del siglo XXI. Bienvenidos a otro mundo feliz.

Timothy Garton Ash es periodista e historiador británico, autor de Historia del presente.

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