Mapas
Hace tiempo que dejé de ver en los mapas lo que todos deberíamos ver si el mundo fuera de otra manera. Hace tiempo que, esté en el país que esté, incluso en el mío propio, en mi ciudad, cuando busco una calle a la que debo acudir, el mapa me habla con su voz más oscura y oculta. Me dice: mírame. Mírame, porque algún día puede ocurrir que estos dibujos, que representan avenidas, casas, monumentos, vida y gente, hayan quedado bruscamente obsoletos, violenta, rápidamente condenados a ser el testimonio de lo que fue destruido por la maldad humana. Cierto, también los desastres naturales arrasan ciudades; pero se reconstruyen, más allá del dolor. Cuando es el hombre el que provoca la devastación, no sólo mata y elimina. El tumor se extiende y aniquila las almas.
De eso de lo que hablan los mapas obsoletos.
Mi era y mi trabajo me han dado mapas de ciudades que he conocido cuando esas cartas de orientación ya no servían: Beirut es una de ellas. O mapas que no cuentan el odio que la atraviesa: las guías de Jerusalén no enseñan que, de una calle a otra, se puede pasar casi sin percibirlo de una ira a otra. Belfast no ha mostrado en sus mapas las alambradas.
Y ahora lloro, atónita, arrodillada ante el mueble del pasillo en donde tengo un rincón con todo tipo de guías y mapas de Nueva York. Y lloro por el pequeño bar cercano a las Torres Gemelas, que ya sólo figura en mis mapas, en donde solía comer hamburguesas que tienen nombres de artistas de cine, un bar genuinamente neoyorquino, popular (de gente del pueblo: gente como usted y yo), que gustaba de tomar su almuerzo o su cerveza entre fotos de Bogart o de Marilyn y placas con antiguas matrículas de coches. Lloro también por las dependientas de unos almacenes terriblemente próximos al World Trade Center, aquellas simpáticas mujeres que atendían a un público modesto que frecuentaba el negocio para comprar a precios de saldo.
Tantas lágrimas sobre tantos mapas, cuántas lágrimas por tantas ciudades, por tantas víctimas borradas de un plumazo de la alameda de la vida. Cuánta necesidad, al mismo tiempo, de clamar para que dejemos de simplificar y empecemos a construir un mundo en el que los mapas sólo deban renovarse por reformas.
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