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VISTO / OÍDO
Columna
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La guerra de hoy

Perdón, pero esto no es terrorismo, ni se puede mirar con el provincianismo de Aznar, Rajoy o Arenas y su consigna de que todo terrorismo es igual. Éste es un episodio singular de una guerra -claro que toda guerra es terrorista e inhumana: pero el vocabulario tiene su importancia- que se recrudece desde la caída del muro de Berlín, y es la guerra del Tercer Mundo, con doctrina económica y política en lo que se llama globalización y probablemente no ocurra otro parecido nunca más. Primero, por la reacción de defensa de quienes se creían invulnerables. Segundo, porque el enemigo no tendrá capacidad para repetirlo. No es fácil encontrar cinco pilotos de Boeing, acompañados por los soldados santos suficientes para efectuar el secuestro, decididos a morir. Tengo la sensación de que no llegaban de fuera, sino que estaban adiestrados en EE UU. La guerra del Tercer Mundo es una guerra de contención de la miseria: la del Golfo, los bombardeos sobre Irak, los de Belgrado, la utilización de Israel, forman parte de la que ha bombardeado Nueva York y Washington.

Somos vulnerables: nuestras sociedades, nuestras aglomeraciones urbanas, nuestras técnicas refinadas, nuestra creación cada vez más delicada de material ligero y nuestras finas redes nerviosas por cable y satélite son terriblemente frágiles, y se vio ayer por primera vez. No es que nada sea nuevo: los camicaces salían de una civilización elegante, nuestras bombas atómicas sobre Japón salieron de nuestros mejores sabios, Pearl Harbour fue ya Nueva York y cultura exquisita, filosófica y artista, de Alemania. Ganar aquella guerra, ganar la de la URSS, eliminar el comunismo, nos hizo creer (el plural no me representa, sino que me incluye en esta parte del mundo y en esta vulnerabilidad, todos somos neoyorquinos y me da miedo ser civil) que la historia había terminado. Toda la soberbia de esa idea salió de quienes perdieron contra el inerme Vietnam y se les olvidó. Esta guerra de ahora es también de nuestra civilización: contra los civiles, contra los inermes. La relación de las bajas de ese ejército -quizá quince o veinte perso-nas- con las nuestras -¿diez mil?- son económicamente rentables. La cuestión está en que la histeria, el lenguaje de los duros, se acabe pronto y empiece el del pensamiento. No será fácil. Nunca una guerra ha contado con el pensamiento: lo ha eliminado antes o mientras.

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