El quinto jinete
La realidad ha superado a la ficción. Frederick Forsyth lo intentó en El quinto jinete, pero, al final, la bomba atómica diseñada por la inteligencia libia para sembrar el terror en La gran manzana fue descubierta a tiempo y neutralizada. Esta vez, quienquiera que haya sido el cerebro de la operación terrorista en Nueva York y Washington, ha triunfado en toda la línea. Por primera vez desde Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, el territorio norteamericano ha sido atacado con éxito, como ayer recordaba con agudeza un legislador francés. Con la diferencia de que Pearl Harbor no pertenecía al territorio continental norteamericano, sino a un archipiélago como las Hawai, a horas de vuelo de California. El único ataque sufrido por la Unión en territorio metropolitano se registró en 1814 con motivo de la guerra anglo-estadounidense cuando las tropas inglesas tomaron Washington y quemaron la Casa Blanca en una guerra declarada entre dos Estados soberanos.
Nada menos que Nueva York y Washington, y quizás, -está todavía por aclarar-, Chicago y Pittsburg, han sido los blancos de los terroristas. ¡Y qué blancos!. El World Trade Center en Manhattan, máximo símbolo del mercantilismo del país, y la sede del Congreso, la voz del pueblo, y el Pentágono, portavoz del complejo militar-industrial denunciado por el presidente Eisenhower, han sufrido los zarpazos del terrorismo. (Curiosamente, Wall Street, encarnación de la filosofía que sustenta el sistema político norteamericano no figuraba en los planes del inspirador de los ataques).
Cualquier pueblo en una situación parecida a la registrada ayer en Estados Unidos se sumergiría en una psicosis de miedo, cercana al terror. Pero en aquel país, esa psicosis está siempre favorecida por una exageración de los peligros, que, a veces, desemboca en paranoia colectiva. Cualquier tormenta tropical puede transformarse, gracias al bombardeo informativo de los servicios meteorológicos, en el más devastador tifón, con el consiguiente éxodo, casi siempre injustificado, de las poblaciones costeras del Golfo de México y de la costa meridional atlántica. Hollywood alimenta esa psicosis colectiva con las películas por todos recordadas sobre incendios, terremotos y toda clase de catástrofes, que rara vez se materializan . (El último terremoto en Seattle con una intensidad de 7.8 en la escala de Richter sólo produjo una víctima mortal como consecuencia de un ataque cardíaco). ¡Y no hablemos de la paranoia de las armas, continuamente alimentada por la industria cinematográfica y sus seudo-héroes tipo Stallone o Schwarzenager, cuando la realidad es que, en relación con el número de armas en manos de sus ciudadanos al amparo del artículo 2º de la Constitución, Estados Unidos, considerados sus 280 millones de habitantes en su totalidad y no los focos específicos de violencia en Nueva York, Los Angeles o Miami, es uno de los países más seguros del mundo!
En todo caso, los horrendos sucesos de ayer en Estados Unidos no presagian precisamente tiempos de bonanza en la convulsa situación internacional. Washington busca siempre culpables y, más pronto o más tarde, los va a encontrar, presionado por su opinión pública interna siempre partidaria del 'ojo por ojo'. Recuérdese la reacción de un presidente nada belicista como Clinton en 1998 con las represalias ordenadas tras los atentados contra las embajadas norteamericanas en Nairobi y Dar-es-Salam. Los ataques terroristas suponen, además, un apoyo inesperado para el controvertido proyecto del presidente George W. Bush de desplegar un escudo antimisiles para proteger el territorio estadounidense, en la actualidad estancado en el Senado por las dudas de los demócratas. ¿Qué legislador de la oposición demócrata podrá ahora oponerse a los planes de Bush sin ser acusado de poner en peligro la defensa del territorio metropolitano de Estados Unidos con el argumento de que si un avión puede ser secuestrado por kamikazes terroristas mucho más fácil es disparar un proyectil con carga nuclear o química?
Al mismo tiempo, la política de represión de Ariel Sharon, basada en la táctica del asesinato selectivo de eventuales terroristas, sale reforzada ante la conciencia popular por los atentados de Nueva York y Washington.
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