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Columna
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Pequeño país

Josep Ramoneda

Las reacciones publicadas tras la crisis abierta en el Fòrum 2004 por la renuncia de Caminal confirman el sustrato conservador que ha ido haciendo humus en una franja importante de las élites dirigentes. Lo que más se ha oído -especialmente desde el campo político- ha sido que había que redimensionar el Fòrum, buscar objetivos menos ambiciosos y hacer un proyecto más modesto. Hay dirigentes en este país a los que las novedades provocan vértigo y sólo se apuntan a ellas en la medida en que creen que la opinión pública los castigaría si se desmarcaran. Cuando tienen la oportunidad, enseñan sus limitaciones.

Al parecer, que alguien tenga ideas que salen mínimamente del guión resulta sospechoso. Son fantasías, dicen enfáticos, como si quisieran encarnar este vicio nacional -el seny- tan jaleado siempre por la derecha española. Evidentemente, la cacofónica repetición del discurso identitario es muy cómoda porque libera del esfuerzo de pensar y ofrece toda una gama de latiguillos -diferentes variables de lo mismo- para cualquier situación o conflicto. Pero tanta inversión en simbología y retórica nacional da resultados que vienen siempre limitados: veinte años de gobierno nacionalista han dado un país con notas aceptables en crecimiento y competitividad, pero con escasa capacidad de aportar valor añadido y de tener un papel en la toma de decisiones a nivel español o internacional. Es lo que hay, dicen algunos. Es lo que se ha querido que haya, dicen otros. Y así vamos. No es extraño entonces que cuando se abre una crisis como la del Fòrum surja espontáneamente la querencia por lo fácil, por no complicarse la vida y por centrarse en un objetivo de gran ambición nacional como desgastar al adversario con vistas a unas próximas elecciones que, por más que se revista de retórica patriotera, es finalmente lo único que importa.

Durante un tiempo yo también fui partidario de que el Fòrum no se llevara a cabo. Fue el largo periodo en que el Fòrum estuvo secuestrado, deliberadamente alejado de la vida y de los centros de actividad cultural barcelonesa, y sin que se viera por ninguna parte la voluntad de definir un modelo realmente ambicioso que tuviera continuidad. Se buscaba encadenar unos cuantos eventos de impacto mediático más que crear un prototipo de acontecimiento con verdadero sentido cultural; se navegaba sobre palabras como paz, sostenibilidad y diversidad, palabras vacías en la medida en que es imposible estar en desacuerdo (y de acuerdo) con ellas si no se precisa lo que se quiere y lo que se busca. También la Unión Soviética lideraba un foro mundial por la paz. Durante este periodo, los políticos que ahora piden redimensionar el Fòrum y que hablan de fantasías y de excesos se sentaron en los órganos de gobierno del evento y, por tanto, aprobaron programas y presupuestos. Que cada palo aguante su vela.

Pero precisamente ahora que se ha roto la barrera, que el Fòrum está en la escena a la que tenía que haber llegado mucho antes, que en cierto modo el Fòrum, como destacaba ayer Joan Clos, ha empezado en la medida en que se ha abierto el debate, es el momento en que menos sentido tiene la idea de anularlo o de disminuir sus ambiciones. (Otra cosa es la reducción presupuestaria -en nada incompatible con una mayor ambición-, que me parece no sólo posible sino incluso deseable. Es más, en cierto modo puede ser una consecuencia -y una condición- de esta ambición.) El problema del Fòrum -la verdadera crisis del Fòrum- es que durante dos años en los mentideros políticos y culturales de esta ciudad se ha dicho y repetido hasta la saciedad que no iba bien y no se hizo nada para cambiarlo. La dimisión de Caminal ha hecho estallar una crisis larvada que se quiso resolver con el mínimo ruido -por la vía consensual, que es el camino nacional hacia el silencio- con su nombramiento.

A pesar de la cadena de errores cometidos, el Fòrum tiene todavía un capital: la idea tiene eco. Sodupe tiene razón cuando dice que en Europa 'la idea ha despertado mucho interés'. La idea de un foro de las culturas tiene impacto. Podría decirse que tiene el don de la oportunidad, pone nombre a algo que estaba en el aire: que un evento con vocación de continuidad -al estilo de una expo- en el siglo XXI tendría que ser protagonizado por la cultura. Y desde fuera -podría aportar varios testimonios- se decía que Barcelona había sido de nuevo capaz de cazar la ocasión. Después, los que se acercaban al evento constataban la misma falta de definición y contenidos que constatamos todos. Haber atrapado una idea que estaba en el ambiente no es garantía del resultado, pero es un buen principio.

En realidad, es perfectamente lógico que, en este inicio de siglo, se piense que debe ser lo cultural lo que dé vida a estas citas más o menos universales que la modernidad se va dando. Las razones abundan. El despliegue de una serie de conflictos culturales e identitarios, en una sociedad que pasa vertiginosamente del orden vertical de los estados nación al orden horizontal de lo pospolítico. La necesidad de contrarrestar el peso de lo tecnológico que se posa amenazante sobre el universo mental. El simplismo del racionalismo económico decidido a expropiarnos la poca alma -sensibilidad y deseo- que nos queda.

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Las expos se están haciendo obsoletas porque la innovación tecnológica que era su señuelo hoy se comunica por otras vías y con mucha rapidez. Hay momentos en que se siente la necesidad del encuentro, persona a persona, sin intermediario electrónico. Y estos momentos la cultura los puede dar. E incluso cuando vienen de otros horizontes tienen sus claves culturales. Marc Augé cuenta cómo en los últimos momentos del partido Francia-Croacia, semifinal de la Copa del Mundo, descubrió los límites de la televisión. La gente ya no estaba pendiente de la pantalla, sino de salir a la calle, porque había algo que en aquel momento se necesitaba y la calle lo daba: el encuentro con los demás. La cultura también reclama a veces esta presencia, también necesita salir al encuentro de otros, compartir, comunicarse en vivo. Sobre esta idea se pueden construir barbaridades (el etnicismo identitario nos ha dejado muchos y trágicos ejemplos), pero también eventos que permitan avanzar en el legado civilizatorio común y no condenarse al enfrentamiento y aislamiento multicultural.

Tener el capital que representa una idea que llega en el momento oportuno y dejar pasar los años sin concretarla, sin convertirla en proyecto, es un disparate. Ésta ha sido la verdadera crisis del Fòrum. Pero renunciar al Fòrum simplemente por miedo a correr el riesgo de la ambición es muy pusilánime.

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