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Columna
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A por todas

El Partido Popular tiene una legítima aspiración: gobernar en Andalucía. Todo partido político que se precie debe tener esa aspiración, porque sólo gobernando se pueden poner en práctica las políticas en las que se cree, cosa que el PP no puede hacer en Andalucía porque la mayoría se resiste una y otra vez a ser gobernada por la derecha. El actual secretario general del PP, Javier Arenas, experto en perder elecciones en Andalucía, lo sabe muy bien, pero teniendo en cuenta que son muchos los años que lleva gobernando el PSOE y que cuanto más tiempo va pasando menos se relaciona a la derecha actual con la derecha histórica, es natural pensar que los andaluces, renovados en edad y convencidos por el tiempo, votarán alguna vez un gobierno del PP. Por eso no se entiende muy bien por qué el PP en lugar de emplearse en convencer a los votantes que se le resisten, basan una y otra vez su estrategia en el ataque, como una especie de atajo para desalojar del poder a quien lo tiene democráticamente.

Por muchas que sean las ganas de desalojar a un partido del poder no hay que olvidar que, en democracia, un partido deja de gobernar cuando los ciudadanos con sus votos lo deciden. El PP está otra vez en una operación de acoso e intento de derribo del Gobierno andaluz, cuyo nuevo asalto es hacerle aparecer como implicado en el asunto Gescartera. Sembrar la duda es una manera de tocar al contrario, pero seguramente no es excesivo aventurar que, si nos atenemos al pasado, es posible que el PP vuelva a equivocarse en su estrategia. Todos los actuales dirigentes del PP andaluz, como Javier Arenas, cuya autoridad y liderazgo siguen intactos entre los populares andaluces, van a insistir en su intento de hacer creer a los ciudadanos en una Gescartera andaluza, aunque a todas luces sea un exceso querer hacer del Parlamento andaluz un escenario paralelo al del Congreso, para intentar desviar la atención sobre las responsabilidades del Gobierno en el caso. Javier Arenas, uno de los héroes equivocados de la tristemente famosa pinza, sabe cómo hacen pagar los excesos los electores y debería recordarlo para no insistir en el error de ir a por todas atajando, porque es una forma peligrosa de despreciar la inteligencia de los ciudadanos.

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