América Latina: la sociedad dual
Ahora en Nicaragua, como hace dos meses en El Salvador, he comprendido con más viveza que nunca que el problema de muchos países de América Latina es que son sociedades duales. La sociedad dual se caracteriza por tener dos mundos en uno: el tercero y el primero dentro de la misma nación, bajo las mismas autoridades y la misma bandera. En cierta manera siempre ha sido así, pero la dualidad ha aumentado y se ha hecho más estridente por efecto de la globalización. La sociedad de América Latina es dual, como en su día señalaron muy bien Cardoso y Faletto en su Teoría de la Dependencia, pero ahora está evolucionando hacia una sociedad del apartheid, en que la línea divisoria no es entre negros y blancos, sino entre ricos y pobres, entre los incluidos en la globalización y los excluidos o machacados por ella.
Según el último Informe sobre el Desarrollo Humano 2001 que publica el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, América Latina aventaja a los demás países del mundo en desigualdad. He aquí algunos datos. En Nicaragua, el 20% de la población (el quintil) de mayores ingresos recibe un 64% del ingreso nacional, que es 28 veces más que lo que recibe el quintil de menores ingresos. Le sigue Brasil en esta liga de la desigualdad, donde el quintil de ingresos más altos se lleva el 63% del ingreso nacional, lo que supone 24 veces el ingreso del quintil más pobre. En Honduras, las cifras correspondientes son 62% y 38 veces, lo que significa que el quintil de menores ingresos sólo recibe un 1,54% del ingreso nacional. En el Chile más próspero y mejor gobernado, la desigualdad también es rampante: el quintil de los más ricos recibe el 62% del ingreso, lo que representa 18 veces la participación de los más pobres. Tanto en los países más ricos de la región como en los más pobres la desigualdad es casi igual. Para poder comparar hay que notar que en los países de Europa occidental la diferencia normal entre el quintil de mayores ingresos y el de menores es de siete veces.
La realidad que reflejan estos datos corresponde a esa sensación que tiene el viajero de que en esos países hay dos mundos distintos, separados físicamente por los planes urbanísticos de las ciudades, y separados en niveles de vida y en satisfacción de las necesidades básicas por un abismo insalvable. En ellos, si uno no va a buscar la pobreza de los barrios populares y del campo, puede hacerse la ilusión de que vive en un país rico de clima tropical, como pudiera ser Miami o San Diego de California. Por ejemplo, en mis giras de clases y conferencias, llevado y amparado por universidades o instituciones internacionales, apenas noto las diferencias, en facilidades de trabajo y comodidades para vivir, entre este mundo de desigualdad y pobreza y el nuestro de la Unión Europea o los Estados Unidos. Solamente, quizá -y esto es un síntoma de la insostenibilidad de la situación-, en la sensación de inseguridad que dan al visitante las rejas, los alambres de espino, las cámaras de televisión y los guardianes armados que defiende las casas de los ricos.
La sociedad dual es un gran freno al cambio. Desde dos mundos tan distintos, que conviven en un mismo Estado, no se puede plantear un proyecto de nación diferente, ni proponer una diferente estrategia de desarrollo, porque una parte está satisfecha de como van las cosas. Habiendo derrotado a las revoluciones marxistas y no perfilándose ninguna en el horizonte, los ricos de América Latina se han entregado a vivir con todo el lujo que les permiten la reducción de aranceles, la liberalización de los movimientos de capital, el acceso a las nuevas tecnologías y el disfrute de los servicios, financieros, de comunicaciones y de entretenimiento, etcétera, que les prestan ahora empresas multinacionales del primer mundo con estándares de eficiencia habituales en el primer mundo. Con servicios técnicos del primer mundo y con el servicio doméstico del tercero, los ricos de la sociedad dual se benefician realmente de lo mejor de los dos mundos. ¿Por qué habrían de cambiar?
En Europa después de la Segunda Guerra Mundial, las naciones se levantaron en virtud de un esfuerzo colectivo, fruto de un pacto social para la reconstrucción nacional. Todas las clases sociales, cediendo algo de lo que consideraban sus privilegios o sus conquistas, pudieron reconstruir sus países y elevar 'milagrosamente' su nivel de vida en muy pocos años. Pero entonces había condiciones para que todas las clases sociales entraran en un tal pacto social, porque ninguna estaba bien. Todos los ciudadanos habían perdido algo en la guerra, todos estaban mal después en la posguerra y era en interés de todos el reconstruir la nación, el Estado y la economía nacional. Un pacto semejante, que sería la solución -la única solución viable- para el desarrollo económico, político y social de los países de América Latina, por desgracia no es posible, porque hay un parte de la sociedad, minoritaria, pero poderosa, que ni está mal ni tiene necesidad o urgencia de que cambien las cosas.
Dado que la resistencia de los pueblos a los malos tratos no es infinita, es una ley zoológica que los pobres y los excluidos tendrán que reaccionar. Como no se haga algo pronto para desactivar la bomba de relojería que lleva en sus entrañas la sociedad dual, ésta explotará. La revolución social individualista, que se caracteriza irresponsablemente como 'delincuencia común', que ha crecido enormemente en los países de América Latina, y que constituye un punto conflictivo de encuentro entre los dos mundos, anuncia esa explosión.
Luis de Sebastián es catedrático de Economía de ESADE.
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