Lección
En el proceso de maduración de este equipo español tan excitante faltaba un encuentro de máxima dificultad para completar la preparación ante lo que hoy mismo empieza, los partidos a todo o nada. El calendario y las circunstancias lo ofrecieron en bandeja. Enfrente, el equipo local, al borde de la eliminación, con lo que eso supone para el campeonato y la FIBA, en un ambiente desbordante ciertamente complicado y con dos árbitros demasiado dados a no estropear la fiesta a 7.000 entusiastas seguidores.
Para hacerlo aún más complicado, el artista del silbato transalpino, el nefasto Colucci, decidió que Imbroda, el técnico español, necesitaba un descanso y lo echó a las primeras de cambio. Y, por si faltaba algo, el parón del medio tiempo por problemas del marcador. Mejor oportunidad imposible para calibrar ciertos aspectos relativos al juego y también a otras cualidades que debe tener un conjunto llamado a hacer grandes cosas, como la templanza, la personalidad o el genio para superar griteríos o decisiones arbitrales dudosas, por no llamarlas de otra manera.
España sacó notable alto. No llegó al sobresaliente porque Raúl falló un triple y Gasol cometió su único error destacable en todo el partido en dos últimos ataques cruciales. Pero, salvo ese detalle -a corregir sin duda-, del resto sólo se pueden sacar conclusiones positivas. La entereza con la que se mostraron los jugadores fue sobresaliente. Nadie escondió ni la mano ni el corazón y, salvo en los minutos posteriores a la expulsión de Imbroda, la concentración se mantuvo intacta.
Todos los problemas, que los hubo a pares, fueron solventados, incluso el encontrarse con un Kutluay en éxtasis. Pero para eso estaba Lucio Angulo, que salió y convirtió en convidado de piedra a un jugador que llevaba 30 puntos en 29 minutos. Los pívots turcos hicieron daño, pero para solventar este handicap habría que estirar hasta los 2,10 metros a Alfonso Reyes. De Gasol y Navarro nada nuevo que decir. Un lujazo para el baloncesto español.
Un partido como éste tiene dos lecturas. Una, el quedarte con los tópicos -basados en hechos reales- y echarle la culpa a los árbitros, los deseos de la FIBA o la impunidad con la que siempre actúan los equipos locales si se llaman Grecia, Turquía o Italia. Otra, digerirlo de forma positiva y aprender la lección.
Este trago había que pasarlo. Pero peor habría sido, como ha ocurrido en otras ocasiones, sufrirlo en un cruce decisivo. Todo lo que ha ocurrido hasta ahora no deja de ser una preparación para el partido de hoy. La de España ha sido perfecta. Ni los árbitros, ni la organización ni la derrota pueden provocar más allá de una cena cabreados.
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