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¿Para qué escribir novelas?

Hace unas semanas, Vicente Verdú empujaba a los novelistas a la duda existencial a través de un artículo, en estas mismo diario, titulado ¿Vivir o leer novelas?. Mal titulado, con perdón, porque, de hecho, la pregunta de fondo sería: '¿Para qué escribir novelas?', si tiene algún sentido escribirlas -y leerlas- en el mundo contemporáneo. La respuesta de Verdú viene a ser que más bien no. Que todo aquello que representa que puede hacer la novela, lo hace mejor alguna otra cosa: el cine, el cómic, las memorias, la poesía o el ensayo. Sobre todo si la función convencional de la novela es 'contar historias', paguemos a todos los novelistas un cursillo de guionistas: el cine y la televisión cuentan historias mejor que el papel impreso.

Toda novela es una fábula moral, en la que se usa una historia para proponer una reflexión humana

Supongo que cada novelista puede intentar defender el gremio con sus propias armas. Yo apuesto por las mías. Para mí, el motor de una novela no es contar una historia. Contar una historia es el medio, el instrumento. El mundo está lleno de historias de todo tipo. Cada día el periódico trae 500 novelas condensadas. La conversación en la calle con un amigo es una historia novelística. La vecina nos dice: 'Si yo le contara mi vida, qué gran novela tendría usted'. El novelista no va buscando la gran historia, la historia fascinante por ella misma, la historia 'novelesca'. El novelista va buscando la historia que le sirva para dar vueltas en torno a un tema de fondo que le preocupa, que le importa, que está hecho de carne humana, de la suya y de la de los demás. El novelista tiene una preocupación que expresar. Entonces, la viste con una historia: va a buscar en los periódicos, en lo que le han contado, en lo que ha imaginado, la historia que se adapta a lo que necesita decir. En un cierto sentido, las Novelas ejemplares de Cervantes tenían un título redundante: toda novela es ejemplar. Toda novela es una fábula moral, en la que se utiliza una historia para proponer una reflexión humana. Moral, diría, si la palabra no estuviese secuestrada.

Supongo que Verdú me respondería -entre otras cosas- que si la novela es sobre todo reflexión, el ensayo está mejor dotado para hacerla. Reflexionar novelando tiene algo de truco, el dios novelista juega con sus personajes para construir la vida de santo que le conviene, para demostrar con trampa aquello que quería demostrar. De acuerdo, a medias. Ni las vidas de santos mártires, ni las vidas de santos obreros para divulgación de los diversos catecismos que ha redactado la historia han dado novelas grandes. Para mí, el ensayo es la reflexión desde la convicción, desde la certeza. La novela es la reflexión desde la paradoja, desde la perplejidad. Cuando creo entender algo sobre algo, escribo un artículo o un ensayo. Cuando sé que no entiendo nada de algo que me importa, escribo una novela. La novela con tesis no es la novela de reflexión: es el ensayo o el pamfleto camuflado. La novela de reflexión es la que se enfrenta con una realidad ambivalente y nos la traslada en toda su paradoja. Se ejemplifica aquello sobre lo que no se pueden escribir máximas ni catecismos. Una novela es una propuesta ilustrada de paradoja moral.

Y para eso sí que la novela escrita está mejor dotada que la película, pongamos por caso. No para contar historias. No para mostrar paisajes exóticos: Verne y Salgari harían películas. No para reproducir la realidad, para dar testimonio de la realidad: en caricatura, Dickens haría documentales sociales para la televisión. La novela está dotada especialmente para transmitir actitudes y puntos de vista, porque tiene narrador, en primer persona u omnisciente. Y el narrador sabe y habla, no es una cámara que mira. Yo no creo que la función de la novela sea retratar una época o una situación. La no ficción retrata mejor. Tampoco creo que la función de la novela sea contar historias para entretener nuestro ocio lo más chispeantes, divertidas o interesantes posible. En todo caso, la novela utiliza la historias, la realidad, los ambientes, los personajes, para hacer algo que nadie sabe hacer mejor que ella: para enfrentar al lector -porque se ha enfrentado antes el novelista- con los problemas que no tienen solución, pero que están construidos con carne humana. En el terreno de las convicciones, la novela no puede competir con el ensayo. En el terreno del testimonio, no puede competir con el reportaje. En la expresión de los sentimientos individuales, no puede competir con la poesía. Pero hay un terreno en el que la novela es absolutamente competitiva: aquel terreno en el que narrar es la mejor -a veces la única- manera de decir, en la encarnación de la duda, en la exploración de las paradojas esenciales, en la expresión de la contradicción.

Vicenç Villatoro es escritor.

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