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Entrevista:William Alsop | ARQUITECTURA

'No decido la arquitectura que hago, sólo la descubro'

Anatxu Zabalbeascoa

Recién disuelta la asociación profesional que en los últimos años ha mantenido con el alemán Jan Störmer, el británico William Alsop reivindica la participación de los usuarios en el diseño.

'El usuario puede ver problemas que el arquitecto ni siquiera intuía'

Las consultas sistemáticas que William Alsop (1947) realiza a los futuros usuarios de sus edificios, la flexibilidad de sus respuestas y su manera de acercarse a los proyectos a través de la pintura hacen de este arquitecto un caso excepcional en el panorama británico. Defensor de las consultas públicas previas a la construcción de un inmueble, Alsop ha cuajado un estilo coloreado y populista que, alejado de la elegancia de la alta tecnología, no teme la estridencia de los materiales, la robustez de los acabados ni las connotaciones morfológicas de sus construcciones. Con forma de barcos amarrados o de platillos volantes, sus proyectos conectan con el público de países tan distantes como Francia, Alemania o Canadá. Instalado en una nave industrial muy cercana al río Támesis, este británico que veranea en Mallorca desde hace veinte años, dirige hoy un estudio de arquitectura para el que trabajan más de cien personas.

PREGUNTA. Sus proyectos contrastan con la arquitectura high tech que se construye en su país. ¿Qué le decidió por un estilo colorista y casi brutalista?

RESPUESTA. No creo que la arquitectura deba reflejar una nacionalidad. Por encima de conseguir un estilo, me interesa trabajar con la gente y para la gente. Muchas de mis decisiones arquitectónicas las toman los usuarios, por eso yo no decido la arquitectura que hago, sólo la descubro. En el Reino Unido, la opinión pública puede acabar con una obra. Hacer a esa opinión partícipe del proceso de diseño es jugar con ventaja. Al escuchar a la gente aprendes que el público puede aceptar lo insólito cuando lo siente como algo propio.

P. La participación de los ciudadanos en el proceso de diseño que usted defiende parece algo políticamente correcto pero funcionalmente poco práctico. ¿Cuántas opiniones puede representar un edificio?

R. La gente participa en una serie de talleres que ayudan a definir el edificio. No es que se tenga en cuenta la opinión de todos, no se trata de discutir sobre gusto arquitectónico ni sobre cálculo de estructuras; simplemente, el usuario es capaz de ver problemas que el arquitecto ni siquiera intuía.

P. ¿En qué consisten los talleres?

R. Nos sentamos con los vecinos, con los futuros usuarios, con los políticos y les pedimos que describan cómo debería ser el edificio. Algunas respuestas se pueden tener en cuenta y otras no, pero uno trabaja mejor abierto a cualquier tipo de influencia. No soy partidario de la creación ensimismada. Soy partidario de escuchar. Partiendo de la duda se puede diseñar un gran edificio.

P. ¿Los talleres se hacen para escuchar la opinión de la gente o para acallar sus posibles protestas?

R. Los talleres afectan al edificio final de muchas maneras. Mi proyecto de la biblioteca de Peckham iba a ser una mediateca. Esa palabra es francesa y la gente de ese barrio no sabía lo que quería decir. Si el simple nombre puede hacer fracasar un edificio, imagínese lo que puede ocurrir con componentes arquitectónicos equivocados. La gente no define el diseño, pero ayuda a repensar los espacios. Se trata de un barrio pobre, y en los barrios pobres es lógico aprovechar las infraestructuras tanto como sea posible. En Peckham querían poder casarse en la biblioteca, ver cine, organizar reuniones y a la vez leer libros. La arquitectura es de las pocas profesiones que trabaja con la ilusión de la gente. El resto de oficios lo hace con sus problemas y sus penas. Vas al médico para curarte un dolor, pero al arquitecto le explicas el sueño de tu casa, de tu fábrica, de la plaza de tu pueblo. Los arquitectos no podemos comportarnos como abogados que se ciñen a unas leyes. El componente imaginativo y optimista debería ser una baza fundamental para quienes diseñamos las ciudades, y escuchar a la gente potencia la imaginación.

P. La distancia entre el sueño del arquitecto y el del cliente puede convertirse en una pesadilla para ambos.

R. El que piensa en arquitectura en términos de soluciones no es un arquitecto, sino un constructor. Construir el edificio es tan importante como diseñarlo y ambas actividades ocupan igual tiempo de tu vida. No tiene sentido proyectar cosas que no se puedan construir o cuya construcción se convierta en un sufrimiento.

P. El hecho de que la opinión de la gente pueda tener un papel decisivo en el diseño de un edificio, ¿obliga a no trabajar con ideas preconcebidas, a prescindir de un estilo?

R. La participación ciudadana sólo funciona si no tienes una idea cerrada y preconcebida de lo que debe ser un edificio. Hay dos tipos de arquitectos: aquéllos a los que uno acude cuando quiere algo que ya ha visto, y el arquitecto al que el cliente plantea un edificio desde cero. Yo pertenezco al segundo grupo.

P. Sin embargo, sus singulares proyectos no renuncian a dejar una marca propia. ¿Cuántos monumentos puede admitir una ciudad?

R. Muchos. Una de mis ciudades favoritas es Las Vegas. Arquitectónicamente es un desastre, y sin embargo todos sus edificios invitan a quedarse. El problema es que una suma de individualidades no es capaz de formar una ciudad. Si cada uno de ellos cuidase un aspecto de la urbe, un pedazo de calle, la señalética o un puente frente al edificio, la ciudad sería espléndida y monumental.

El arte de escuchar

PARA WILLIAM ALSOP, la pintura es la herramienta clave para acercarse a un proyecto: 'Pintando se puede ser muy libre y la arquitectura de este siglo carece de libertad. Funciona a base de acuerdos y pactos: con el cliente, con los políticos, con el presupuesto'. Huérfano y con 15 años, Alsop se empleó en el taller de un arquitecto. Allí se aburrió pero sentó su vocación y contrajo una duda. 'Creí que la arquitectura tenía que ser algo más que lo que hacían allí. Por eso dudé entre ser arquitecto o escultor'. Resolvió ese dilema estudiando Arquitectura y Bellas Artes. De hecho durante años se ganó la vida dando clases de escultura a los alumnos de la prestigiosa escuela St. Martins de Londres. Luego llegaron las becas, la de Roma y una estancia en Estados Unidos, un primer trabajo que le dio dinero para vivir nueve meses y la decisión -'con mi mujer embarazada'- de abrir un estudio propio. Corría el año 1979. La suerte le acompañó entonces y hoy, con edificios en Marsella (la sede del Gobierno Regional) o Hamburgo (la terminal del ferry) y proyectos en Toronto (la nueva Facultad de Bellas Artes) o Rotterdam (la remodelación de la estación y sus aledaños), no se puede decir que le haya abandonado. El último colofón ha sido el Premio Stirling concedido el año pasado a la biblioteca pública de Peckham, una de sus obras más recientes en Londres. Durante todos estos años, el que fuera profesor de escultura, metido ahora a arquitecto internacional, ha mantenido una máxima: 'La mejor enseñanza consiste en abrir la mente de los alumnos'. Con la mente abierta, Alsop escucha ahora a los usuarios de sus edificios.

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