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Reportaje:FRÍAS (BURGOS) | VIAJE POR EL EBRO (28)

EL PUENTE DE FRÍAS

A su paso por Burgos, el Ebro se topa con una de las seis grandes construcciones que lo cruzan en su camino: el medieval de Frías invita al viajero a la meditación que Juan Benet propuso en un artículo en 1989

Quizá los ríos existan para los puentes. Para animarlos y para que su belleza adquiera el obligado sentido de eficacia de cualquier trabajo de ingeniería. Bajo el puente medieval de Frías, en el Ebro de Burgos, el viajero se topa con la novedad de los bañistas. No son muchos, pero el río moribundo se aviva aquí con un súbito y postrero esplendor, como si alguien hubiera golpeado una bombilla.

El de Frías es uno de los grandes puentes del río. Como el romano de Tudela; el ilustrado de Carlos III, en Miranda; el de Piedra, en Zaragoza; el colgante de Amposta; o el tenso puente sobre el Ebro que cruza la autopista a la altura de Castejón de Navarra, obra del estudio de Fernández Casado que con Eduardo Torroja es el otro gran trazador de puentes en España.

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Sin embargo, el de Frías es el puente propicio para la meditación que Juan Benet propuso en un artículo memorable de 1989. El viajero lo copiaría por completo. Siempre quiso escribir relatos o libros, ríos, donde se incluyeran los afluentes que los han nutrido, no como una mera referencia bibliográfica, sino como una presencia indómita y fertilizadora. Ahora todo eso ya está listo. La cultura del link cambia las formas de leer y escribir. La cultura siempre fue navegación, pero por fin hay un calado técnico suficiente. Le alegra haber llegado a tiempo. Aunque en este instante no pueda remitir al lector a Benet enteramente: 'El puente que vino después del de piedra es otra cosa; rara vez se recorre a pie y distrae la atención. Ha recabado para sí el protagonismo de la escena y ha exigido del ojo que desdeñe la corriente que fluye abajo para que repare con toda la intensidad de la visión en su airosa silueta y en su original estructura'.

El ojo, en el puente de Frías, es aún el de Baroja. Según Benet, Baroja quería coleccionar ríos para dejar caer la vista sobre ellos, durante horas, desde sus puentes. El puente moderno actúa sobre el río con un despotismo similar a la arquitectura de algunos museos: reclama hasta tal punto, para sí, la atención y el goce, que el visitante llega hecho polvo ante el cuadro. El puente de Frías es uno de los polos de la notable paradoja benetiana: 'En tanto los viejos sillares de piedra invitan a recapacitar sobre la mudanza y futilidad, los cables y los tableros pretensados arrojan al espectador de bruces en el abismo de lo imperecedero e inmutable'. Son los viejos sillares de Frías los que permitieron que el viajero reparara en los bañistas.

Ninguna definición de río que el viajero conozca incluye la mención obligatoria de sus puentes. Es un grave error. Sin puentes, el río pierde su identidad fundamental, que es la voluntad de la simetría. Sin puentes, el río es una frontera tribal, un barranco, un estéril finisterre sin actividad comunicativa. El diálogo fundamental del río no se traza de su nacimiento hasta la desembocadura, o viceversa, sino de orilla a orilla. Así en París, en Budapest, o en Florencia. Sin puentes, las voces del río son voces del barranco: ecos.

La historia de los ríos y de las ciudades por donde fluyen se conoce sobre todo por sus puentes. En el siglo XV, la capital del Ebro tenía un puente, el de Piedra. Hasta finales del siglo XIX, con la construcción del Puente de Hierro, no tuvo dos. En 1965 se inauguró el tercero, que fue el puente de Santiago. El viajero recuerda la conversación que mantuvo con José Luis Cerezo, el antiguo decano del Colegio de Ingenieros de Zaragoza. Y sus confesiones, de la época en que era responsable del urbanismo municipal: 'Había pasado algunas noches sin dormir, ahora puedo decirlo. El Puente de Hierro soportaba un volumen de tráfico, y de carga, demasiado intenso para su frágil estructura. Había sido concebido para una época distinta. La ciudad y sus necesidades habían crecido de manera espectacular, pero en cuanto a puentes seguía prácticamente como en el Medievo. Un día me advirtieron de que había signos inquietantes. Redujimos el tráfico y lo vigilábamos a todas horas. No pasó nada y luego pudo reformarse. Pero nunca olvidaré esa angustia'.

El ejemplo de Zaragoza sirve para otras grandes ciudades del Ebro, como Logroño o Tudela. Son ciudades construidas a orillas del río y donde, en consecuencia, los términos ciudad y río gozan de una insólita autonomía. Los vates antropomórficos gustan de hablar de los ríos como venas de las ciudades: pues bien, en el Ebro, venas y órganos han seguido durante mucho tiempo su libre albedrío. En las orillas insanas, más fácilmente inundables, crecían los arrabales, refugio de los marginados y de las actividades ilícitas. Hoy, trazados los puentes, las márgenes izquierda de las dos grandes ciudades del Ebro, Logroño y Zaragoza, son las que ofrecen mayores signos de vitalidad.

El viajero acaba de cruzar el puente de Frías y se interna en el pueblo medieval. Está bien hecho y el turismo aún no lo ha acanallado por completo. Mientras sube por la calle principal salen voces de una ventana: '¡Ésos son los laicos, los comunistas, y tu padre no ha luchado para que manden!'. Un muchacho va diciendo, en voz más baja: 'Pero, papá..., pero papá...'. El hombre remata bronco: '¡Los laicos, gentuza!'. Nada que objetar. En todas las familias hay problemas. Hace calor y la mezcla de calor, mediodía y televisión regional destruye muchos hogares. Y muchos puentes. Pero ese 'tu padre no ha luchado...', ese pretérito perfecto. Otra vez el pretérito perfecto. Como en Sástago. Debe de ser el tiempo verbal del río. Tal vez sea el Ebro el Antiheráclito. Nada que objetar, ciertamente. Pero el viajero escucha esa conversación cuando lleva menos de una hora en Burgos y, si continúan en ese alzamiento las voces, el pacto de veracidad que ha contraído con el lector peligra.

El puente medieval de Frías, en el tramo burgalés del Ebro.
El puente medieval de Frías, en el tramo burgalés del Ebro.JESÚS CISCAR

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