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Reportaje:LA DEVESA DE GIRONA | POR LOS PARQUES Y JARDINES (2)

El escenario de toda una vida

Para cualquier gerundense, la Devesa es el grandioso escenario de una vida, un mundo complejo, inquietante y fascinante', escribió Narcís-Jordi Aragó, un periodista nacido en 1936 que orientó a toda una generación de periodistas y gentes de letras de esa ciudad, en los tiempos del tardofranquismo y la transición, hace 25 años. En esa época, el parque estaba amenazado de una tala especulativa, liquidadora, y la prensa local, y también la barcelonesa, en fin, la que pudo, se hizo eco del proyectado desafuero. En cuanto a Aragó, dedicó al asunto un libro bien documentado, nervioso y encendido, bajo el título La Devesa, paradís perdut, hoy inencontrable, que contribuyó decisivamente a sensibilizar a la sociedad y salvar el parque. La campaña ciudadana fue coronada por el éxito, se canceló el estropicio. Superados aquellos momentos, la Devesa sigue en pie, más espléndida que en los días de 1777, cuando aparece documentada como una arboleda de chopos y álamos, útil como freno para las periódicas crecidas de los ríos Ter, Onyar y Güell. Hace cinco años se levantó en la plaza de Correos, frente al parque, el edificio nuevo de los juzgados y se urbanizó la explanada, de forma que la Devesa queda un poco más ligada a Girona, y a la espera de que se lleve a cabo el proyecto de unirlas más definitivamente por un puente. Aragó ya no teme que se pierda ese paraíso del que todo gerundense guarda algún recuerdo infantil. Que parte de su libro haya quedado en parte caduca es una buena señal.

Los enamorados son una presencia constante, un clásico de los parques. La naturaleza y el silencio seguramente les inspira sentimientos inefables

Pero veo que Punt Diari y otros órganos de la prensa local recogen estos días la noticia de una nueva inquietud; algunos árboles han tenido que ser talados, víctimas de los hongos de la celulosa, que pudren los troncos desde dentro. Se dice en los mentideros de Girona que los árboles están enfermos, y en las terrazas de la Rambla más de uno sugiere, sin asomo de ironía, que padecen una enfermedad nerviosa: ¡Los plátanos, los altísimos, robustos plátanos, sufren estrés!

-Lo extraño es que se extrañe usted -me dice el abogado Monfurriol dejando su vaso de café con hielo sobre la mesa para gesticular con mayor elocuencia-. ¿No es verdad que las plantas y las flores, cuando se les habla cariñosamente, crecen más esponjadas, sanas y hermosas? Pues a la contra, los conciertos que se celebran por las noches en la Devesa, con esa música estridente, están enfermando a los árboles. Hoy, por ejemplo, es martes. Esta noche celebran una velada country en las carpas bajo la enramada. ¿Qué culpa tienen los plátanos?

Sí, ¿qué culpa tienen del 'no rompas más mi corazón / me has hecho daño ya lo ves?'. El jardinero que cuida la zona ajardinada, al estilo francés, que da la bienvenida al parque -con arriates, unas agradables esculturas obra de Fidel Aguilar, setos geométricamente recortados, surtidores, parterres de cannas, peonías y hortensias, un rosedal- se llama José y es cortés y adusto como los cowboys de las películas de John Ford. Algunas veces -'sólo con permiso del jefe'-, regala una flor a la visitante que se la pide, y otras, cuando la señora no ha pedido permiso y se lleva la flor furtivamente, finge que no la ve, se hace el distraído, se encoge de hombros. Ahora, mientras conversamos frente a la jaula de los pavos reales, resume su opinión sobre el concierto de country:

-La de carteras que se van a robar esta noche...

Esas carteras y bolsos robados por la noche en los festejos y conciertos que se celebran en las carpas de la Devesa, cuchipandas que tienen su apoteosis a finales de octubre, durante las fiestas patronales de Sant Narcís, José las encuentra por la mañana, en el canal que a modo de foso rodea esos jardines de gusto pequeñoburgués, ordenado y romántico. Alguna vez se ha encontrado cosas peores flotando allí: por ejemplo, una mañana del pasado mes de enero, a dos de sus pavos reales muertos, un macho y una hembra víctimas de algún gamberro con los instintos del personaje de Villiers de L'isle Adams, el melómano doctor Tribulat Bonhomet: asesino de cisnes, que los acecha en el estanque de un parque público, y se extasía estrangulándolos -las manos protegidas por guanteletes de acero procedentes de una armadura medieval- para escuchar su famoso último canto, 'un canto de inmortal esperanza, de liberación y de amor, hacia cielos desconocidos', mientras se dice por lo bajo:

-¡Qué dulce es animar a los artistas!

Salvo que el grito de los pavos reales recuerda más bien al maullido del gato. Según José, suena como si gritasen: '¡León! ¡León!' en falsete.

Detrás de los jardines, y cruzada la plaza de les Botxes, se entra en el justamente famoso paseo de plátanos. Es una arboleda ciertamente excepcional y un lugar asombroso, pero poco visitado cuando no hay festejos; la época en que pasear por los parques era el principal entretenimiento ciudadano ya ha pasado a la historia, ahora ir a esos sitios tiene poco aliciente, como no sea, para la gente a la última pregunta, el de pasar la tarde gratis; ahora sólo deambulan por aquí un grupo de tres chicas y un chico gastándose bromas y dándose empujones, y corretean desnudos los niños de una familia de gitanos polacos que han aparcado sus furgonetas en el arcén de la cercana carretera, y dos señoras de cierta edad vienen charlando...

El día de 1958 en que Josep Maria Espinàs visitó el parque también encontró casi desiertos aquellos paseos que tienen 'las aéreas dimensiones del sueño', pero, como todo el mundo sabe, es un observador atento, y advirtió a sus lectores que 'descubriréis, seguramente, de lejos, a una pareja en un banco. Entonces toda la Devesa parece ordenada de cara a este pequeño banco y a estas figuras, y tanta generosidad os para la sangre en el corazón'. En el catalán original suena mejor. En efecto, los enamorados son una presencia constante, un clásico de los parques. La naturaleza y el silencio seguramente les inspira sentimientos inefables. A la hora en que José cierra las verjas de la Devesa, a veces le sorprende una voz que a su espalda le dice: '¡Espere, espere un momento!', y una pareja brota nerviosamente de detrás de algún arbusto protector, el chico remetiéndose la camisa y la chica un poco sonrojada.

Era más modosita la pareja que vio Espinàs en 1958; a la misma pareja u otra muy parecida vi allí el pasado martes, en el mismo banco.

CARLES RIBAS

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