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Columna
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Zidane

España saldrá del verano en dirección al otoño sin otros asuntos de interés clamoroso que el caso Gescartera y el caso Zidane. Claro, que siempre hay que contar con ETA como materia prima de nuestros desastres y de nuestros toques de silencio, pero de vez en cuando conviene vivir intensamente obsesiones rigurosamente civiles. Salga como salga esa maravilla preconciliar de Gescartera, habría que pensar en una distinción, peyorativa se entiende, pero especial para genios como el señor Camacho. Algo así como El hurón de oro o El caganer de platino, diseñados por Chillida y Mariscal, respectivamente, reclamos éticos para todos los españoles, que verían así representado a qué puede conducir el mal, consecuencia de una mezcla de listeza de toco mocho y de canon secreto de los poderes fácticos más antiguos y determinantes: la Iglesia y los cuerpos militares.

Así como el caso Gescartera tendrá su territorio clarificador en las Cortes españolas, Zidane va a vivir un vía crucis constante, campo de fútbol a campo de fútbol, pendiente sobre el bereber la duda de si vale lo que juega o no juega lo que vale. Cada vez que se enfrente el Madrid contra quien sea, la valoración de Zidane será un valor añadido y a la vez determinante, algo así como la antigua prueba de los nueves o la televisiva prueba del algodón. Y Zidane no tiene otra alternativa que cerrar las bocas y frustrar las expectativas perversas con su juego, antes de caer en la dramática comprobación objetivable de que le está quitando el sitio a Helguera. Nunca otro jugador fue tan vigilado por la oftalmología paisana como este hombre, que, sobre todo, juega bien en la selección francesa y pasó por Italia como Goethe, de vacaciones, pero sin escribir nada, creo, perteneciente al género de esa literatura de viajes que modifica los paisajes.

Si no triunfa, al presidente del Madrid sólo le queda la salida de fichar a Bush como media punta, pero si triunfa, la gloria espera al equipo dirigente, que, con un solo fichaje, se hará de oro y dejará tan extasiados a los peatones de la historia que desde la caverna contemplamos las piernas de los jugadores más caros de este mundo como si fueran las nuestras.

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