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Un relato de EDUARDO MENDOZA

EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos

Resumen. El viaje prosigue cuando un incidente rompe la monotonía: descubren al Duque, que viajaba escondido en la nave. Ante sus exigencias, Horacio decide expulsarlo al espacio exterior en un cilindro lanzamisiles. Pero el viaje sigue siendo penoso a causa de la carencia de agua, con lo que empiezan las quejas del pasaje. Previendo una sedición, Horacio piensa en simular un ataque exterior para distraer la atención.

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Viernes 27 de junio

La deplorable carestía ha dado origen, como era de esperar, a un incipiente mercado negro a bordo de la nave. Según rumores que me llegan, por una suma elevada de dinero se puede conseguir un botellín de agua potable o una garrafa de agua pestilente, así como algunos fármacos. No son rumores fiables, porque proceden, como siempre, de personas envidiosas o fantasiosas o estúpidas, o las tres cosas a la vez, pero el mero hecho de que se les haya ocurrido este infundio indica que la verdad no debe de andar muy lejos de la mentira.

Decido investigar el asunto, no tanto para impedir posibles irregularidades como para averiguar de dónde proceden los artículos puestos a la venta y el dinero para comprarlos. Si en algún lugar de la nave hay agua o medicamentos o si existe un método para obtener aquélla o éstos, conviene saberlo. También conviene saber quién dispone de efectivo para comprarlos, porque si llegamos a nuestro destino sin encontrar el dinero de las entradas que escondió el Duque, no tendremos con qué pagar las provisiones. También es preciso averiguar si lo que está a la venta es realmente agua y medicamentos o un sucedáneo y, si lo es, cuáles pueden ser sus efectos sobre la salud del consumidor.

Como primera medida, acudo al sector de los Ancianos Improvidentes, considerando que éstos han de ser los más interesados en la compra de los productos citados y, asimismo, los que menos resistencia ofrecen en los interrogatorios y los que peor disimulan.

Los encuentro a todos muy atareados redactando sus memorias. Da gusto verlos tan activos e ilusionados, aunque de cuando en cuando se producen altercados, bien porque uno tararea y desconcentra a los demás, bien porque uno copia o es acusado injustamente de copiar al vecino, bien por otras pequeñeces de índole similar, pues a la irritabilidad propia de los viejos ha venido a sumarse ahora la susceptibilidad propia de los escritores.

Molestos por la interrupción y desconfiados por principio del que manda, mis tanteos para descubrir algún indicio de estraperlo resultan infructuosos, por lo que decido abandonar la investigación.

Al salir del sector, detecto un cierto revuelo y, al acercarme al lugar de donde procede, descubro a los dos Ancianos Improvidentes a cuyo cargo puse el howitzer en la estación espacial Fermat IV, tratando de ocultar bajo unas mantas esta pieza de artillería, de la que ya ni me acordaba. Preguntados al respecto, confiesan haberla estado repasando y engrasando por si ha de entrar en funciones dentro de poco.

Preguntados qué les hace suponer que habrá que utilizar dentro de poco el howitzer, responden haber oído rumores acerca de un ataque proveniente del exterior. Desmiento rotundamente estos rumores, les prohibo proseguir el rearme y ordeno les sea decomisado el howitzer. A esta última medida se oponen con tal firmeza y en términos tan conmovedores que retiro la orden y les permito conservar la pieza, siempre que se abstengan de exhibirla entre sus compañeros.

De vuelta en mis aposentos, convoco a las personas que participaron en la reunión secreta y les abronco por haber revelado lo que ordené mantener en el más estricto secreto. Como era de esperar, cada uno de ellos niega haber sido el causante de las filtraciones y declina toda responsabilidad, pero todos admiten haber detectado rumores similares, así como una cierta actitud belicista, tanto entre la tripulación como entre el pasaje.

Convenimos en la necesidad de acallar de inmediato estos rumores, así como los concernientes al mercado negro y cualesquiera otros que afecten al orden público, de imponer sanciones a quienes los inventen, los fomenten o los divulguen, y de poner en circulación otros rumores de carácter optimista, esperanzado y tranquilizador. El doctor Agustinopoulos propone añadir a estos rumores, que suelen ser recibidos con escepticismo, otros referentes a las andanzas y la reputación de algunas personas conocidas.

La propuesta es aceptada con mi voto en contra, porque ya sé quién será el blanco de estos bulos, y los presentes se retiran, quedando a solas conmigo el segundo segundo de a bordo, para rendir su parte de ruta.

Antes de oír el parte, le informo de los rumores concernientes al mercado negro, a lo que responde que siempre ha habido mercado negro dentro de la nave, tanto de productos como de servicios, y que él mismo ha participado en dicho mercado, unas veces como proveedor y otras como consumidor, pero asegura no saber nada acerca de lo que le estoy contando.

Mismo día por la noche

Previa solicitud de audiencia, pero sin esperar mi autorización, comparece la Duquesa alegando querer hacerme una proposición ventajosa. Su visita no puede ser más inoportuna, pues me encuentra en un estado de gran irritación de resultas de un incidente impúdico y nauseabundo ocurrido esta misma tarde.

Desde que el difunto duque reveló haber escondido el dinero de las entradas en la sentina de la nave, su búsqueda se ha venido practicando en forma continua y afanosa, pero sin resultado alguno. Sin embargo, hace cosa de un par de horas, en el curso de una de estas batidas, han encontrado entre las tuberías a Garañón y a la señorita Cuerda durmiendo en posición de inequívoca afectuosidad, cinco puntos por encima de 'amartelados' y uno por debajo de 'infraganti'.

Siendo esta conducta constitutiva de grave infracción del reglamento, ordeno aplicar a los culpables, de inmediato y sin apelación, el mismo tratamiento que se aplicó al duque.

El doctor Agustinopoulos interviene para instarme a postergar la ejecución hasta tanto no se hayan resuelto los problemas actuales, porque Garañón goza de cierto predicamento entre la tripulación y el pasaje por su apostura, su simpatía y por habernos salvado la vida. A esta voz une la suya el Gobernador, hecho un mar de lágrimas, para interceder por su presunta hija. En el mismo sentido intervienen el primer y el segundo segundos de a bordo, esgrimiendo argumentos tan poco jurídicos como 'no tirar la primera piedra' y 'no decir de esta agua no beberé'.

En vista de ello, enmiendo mi decisión, pero el sentimiento de magnanimidad no basta para disipar mi enojo.

Ahora, en presencia de la duquesa, que conserva el insoportable hábito de callar, sonreír y taparse con el abanico, intuyo que viene a verme con un propósito artero y claro.

Como en esta maldita nave no hay forma de guardar un secreto, sin duda la duquesa se ha enterado de la suerte corrida por el duque y está tratando de buscarle un sustituto cuyo rango le permita seguir gozando de los privilegios a que está acostumbrada. Y obviamente este candidato soy yo.

La sola idea me resulta en principio abominable, pero luego, mientras ella calla, pienso que si yo me casara con la duquesa y Garañón se casara con la señorita Cuerda, bastaría que la duquesa reconociera la maternidad de Garañón para que la señorita Cuerda se convirtiera en mi nuera, aunque no sé qué ventajas me podría reportar esta vinculación.

Mientras voy ponderando estas ideas, la Duquesa se decide a hablar y dice haber advertido el estado de estrechez e infortunio en que nos encontramos por la falta de agua y medicamentos, así como el malestar y agitación que de ello se derivan, y añade que, siendo la causa de esta situación la incalificable acción de su marido, ella se siente en parte responsable y desea contribuir a mejorar dicha situación en la medida de sus posibilidades.

Como bien me consta, los supervivientes de la Estación Espacial Derrida formaban un coro de madrigales que la propia Duquesa patrocinó e incluso dirigió personalmente durante varios años. Ahora, añade, y si yo lo autorizo, podría ofrecer un recital de madrigales, con carácter enteramente gratuito, a la tripulación y el pasaje, a fin de elevar su espíritu y hacerle olvidar sus congojas.

Viendo que toda su proposición se reduce a esto, la acepto aliviado y le concedo la oportuna autorización, aunque, conociendo a mi gente, presiento que va a ser peor el remedio que la enfermedad.

Continuará

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