El caso de Milingo
Milingo: con otro nombre sería menos jocundo, nos daría menos risa. Y se ocuparían menos de él los escritores de periódico, y los dibujantes. Es un caso que se viene arrastrando entre carcajadas occidentales, y ahora hay ya un poco de seriedad. Ahora se sabe (El Mundo) que hay muchos sacerdotes casados (en la clandestinidad o por el rito que sea) que han abandonado mujeres e hijos y han vuelto al seno de la Iglesia católica, que paga pensiones de 150.000 pesetas más 100.000 por hijo. No es de reír, aunque pueda producir semillas de humor que un hombre de hoy prefiera volver a la Iglesia que seguir con una mujer.
Aquí hay una tragedia, la de Mme. Milingo, que se ha fingido embarazada y ha clamado a todos para que le dejen volver con su marido. O no marido: lo era por la secta Moon, la cual casa a sus adeptos que no lo estén ya por decisión de Moon: entre desconocidos (jefe, el coreano Sun Myung Moon, con su conjunción de los dos astros en su nombre); acupuntor, 44 años. Se le atribuyen unas inversiones de tres billones de dólares, y una fuerte influencia sobre Bush, al que mandó votar. Se quejan ellos de la campaña católica que los denigra: por esos matrimonios al azar, por su forma de aceptar parejas sin saber su estado civil anterior. Y porque los acusa de favorecer económicamente los movimientos fascistoides de Latinoamérica. Pero monseñor Milingo, más allá de la diversión de su nombre entre españoles rimadores, es un hombre cuyo regreso pide Zambia, donde hace una labor -dicen- profundamente humanitaria. Dicen que sus exorcismos han ayudado a mucha gente a salir de las manos de Satanás: unos exorcismos populares, en los que se ayuda del rap más que del hisopo.
Todo ello, Bush y el Papa, el reverendo Moon, Milingo, los exorcismos en Zambia, el regreso al rebaño, el abandono conyugal, es perfectamente estúpido. Lo único que causa un cierto malestar es la situación de la pobre esposa moonista, a la que vimos vestida de blanco y con sus flores de azahar junto al obispo vestido de frac. Lo demás aparece como una agonía del catolicismo: un signo más del derrumbe de esta anomalía que ha deformado la moral humana durante siglos. Quizá el camino de Milingo y el del clero africano, el del sexo y otras costumbres, podría prolongar un poco la Iglesia católica. Pero la era del poscristianismo que se entreabrió con la Enciclopedia y se terminó a principios del XX es otra cuestión. El caso de Milingo no es más que una anécdota.
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