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Columna
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Cuaderno de Bitácora

Si me perdonan los amantes del riesgo, a mí la perspectiva de un velero con GPS y la nevera repleta me llena de tranquilidad. No es necesario dejar huérfanos con la hipoteca a medias. Los mismos seis amigos de siempre zarpamos de nuevo en el Amarie Blanche desde Oliva rumbo a Formentera y Eivissa. Todo es diferente e idéntico a la vez. Sin Itacas ni literatura viajera. Mantenemos con liberal pluralidad la bendita rutina de la discusión pedagógica sobre los colegios. Pero cambian las miradas y las vidas que asumiríamos sin dificultades. Este año, con el moreno adecuado, yo hubiera sido un magnífico rentista piamontés, sin más lecturas que La Gazzetta dello Sport. Ante la belleza de las sabinas recortadas en los acantilados, ya no sería un taxidermista literario del paisaje, que se cree mejor que el usuario del video doméstico, cuando acudir a un viaje con la libreta Enri como prótesis responde, desde el punto de vista etiológico, a la misma especie zoológica, más preocupada por contar que por vivir. El Cuaderno de Bitácora sólo contendría un inventario de escenas para la nostalgia. Fondeados en Cala Jondal, borrachos de sol y de salitre, el pesimismo se atrofia y surge ese breve momento en que todo parece posible. Los detalles adquieren sentido, nace una humilde esperanza de nuevos días y resurge el fulgor de proyectos, títulos de novelas, y perfiles de personajes. Se recuperan los destellos que siempre estuvieron ahí: el recuerdo del intenso olor adolescente de los pinos en El Saler en las tardes calurosas, las lágrimas viendo El ladrón de bicicletas después de la final de Milán, como inyección de optimismo. Cuando se pone el sol en Benirràs, uno da las gracias por este privilegio, y piensa que no hay patria deseable si necesita interrumpir el silencio. Y se pregunta qué clase de mecanismo absurdo permite que al descomponer la realidad, con la misma luz, algunas personas destilen un murmullo íntimo que permite escuchar y compartir, y otras puedan dedicarse a preparar la muerte, la negación de un atardecer merecido y confiado. Ver pasar la vida.

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