PIGMALIÓN
Ahora que los niños se han marchado nos sobra tiempo para hacer cosas. Mi santo me da por las mañanas clases de inglés. A mí, que he fracasado en todas las academias, también con profesores particulares. He tenido nativos (cada uno de su lugar de nacimiento), una de Minnesota, dos de Londres y otra de Cuenca. Los extranjeros quedaron muy contentos, les enseñé a manejarse perfectamente en castellano, concretamente a los dos ingleses, que eran gay, les enseñé la jerga del ambiente para que disfrutaran al máximo. La de Minnesota hizo muy buenas migas con mis suegros, que estaban pasando una temporada en casa. Había tardes que, como yo salía a mis cosas, ella pasaba la hora de clase con ellos y tan ricamente, le ponían de merendar y ella decía qué bien se come en España y mis suegros que nunca se hubieran figurado que los extranjeros podían ser tan buenas personas. En cuanto a la de Cuenca, a ésa no tuve que enseñarle español pero la tuve hospedada en mi casa unos días porque la pobre se quedó en la calle. Me daba pena que se volviera a Cuenca como una fracasada. A los 15 días mi santo decía: 'Esta de Cuenca no se va nunca'. Una vez vinieron a hacerle una interviú a mi santo de la revista Claves de Razón Práctica, y la de Cuenca les dijo que si hacían el favor de hablar más bajo porque no podía concentrarse en el estudio. Nos fue ganando terreno. Y creándonos mal rollo, discutíamos sobre quién tenía que ponerle las maletas en la puerta. Mi santo decía que yo, y yo le decía que qué fácil es echar balones fuera. Una noche íbamos a ver Parsifal, una ópera fatal para la circulación de la sangre, y debido a la ansiedad que me provocan los actos excesivamente culturales tuvimos que volver a casa a por el Lexatín. La de Cuenca se lo había montado: yacía en nuestro lecho con un individuo. Eso sí, éste no era de Cuenca, cosa que nos tranquilizó: puedes llegar a pensar que hay una conspiración en Cuenca contra uno.
De academias ni me hables. En International House me pusieron de pareja con Alfonso, el torpe de la clase. Hacíamos representaciones para desinhibirnos. Una vez, Alfonso y yo teníamos que hacer como que íbamos en una barca de remos y hablar del tiempo meteorológico. Nos pasamos todo el trayecto remando pero sin hablar. El profesor dijo que no habíamos entendido el concepto del ejercicio. Así que mi santo, escaldado, ha dicho que a partir de ahora me da clase él. Nos bajamos al jardín, cada uno con nuestro matamoscas en la mano, y empezamos. La verdad: me distraigo con cualquier bicho que pase. No sabía que en el campo hubiera tantos bichos. Ayer me dio una colleja porque me estaba explicando un rollo de no sé qué verbo, y yo estaba a otra cosa, a un escarabajo pelotero que se me había subido al matamoscas. Tuve una inspiración y se la conté: 'Quiero escribir una novela en la que tú te levantas un día convertido en un escarabajo, y yo te quiero mucho, pero claro, no tanto como para ir contigo por la calle, y te acabo metiendo la comida por debajo de la puerta. Es en clave de comedia'. Mi santo me preguntó que cómo se me había ocurrido; yo le dije, a ver qué otra cosa se me va a ocurrir aquí. Me dijo que a partir de mañana daríamos una hora de inglés y otra de literatura. Le gusta hacerse el listo conmigo.
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