COMO SE QUIERE A LOS HIJOS
Los niños nos han dejado. No para siempre, se han ido unos días. Llevabámos mucho tiempo soñando con este momento. Oh, qué alegría, qué libertad. Ya no hace falta echar el cerrojo a la puerta del dormitorio. El año pasado uno de ellos, todavía inocente, nos decía que no sabía cómo podíamos dormir juntos, que él no podría dormir con nadie en la misma cama. Algunas noches entraba sin avisar al cuarto para comunicarnos que le dolía la cabeza o que si podían llamar al Hablar por hablar. Pusimos cerrojo. Ahora ya no entra de sopetón, llama, pero tampoco entiende que su padre le diga, sin abrirle, que si le duele la cabeza se tome una aspirina y que se calle de una vez y que apaguen la radio que parecen abuelos con la radio puesta a las tantas de la madrugada. Normalmente pasan de apagarla y de pronto, en el silencio de la madrugada, oímos a los locutores Pepe Rubio y Antonio Nuño en el programa Aquí cabemos todos, los pobres ahí, hablando al vacío. Mi santo maldice en la oscuridad porque tiene que ir a la habitación maloliente de esos desconsiderados a apagar la radio. Antes de volvernos a dormir nos acordamos de la mujer de Pepe Rubio, que es una recién casada y estará la pobre durmiendo sola. Eso Polanco no lo debería permitir, que las recién casadas del Grupo durmieran solas.
Nos quedamos sin los niños. Ya no me quitarán las cuchillas de afeitar, dice mi santo. Ni a mí, digo yo (qué pasa). Ya no entrarán cada cinco minutos en el despacho donde mi santo agranda su obra para preguntarle si les deja jugar al ordenador (en el que mi santo intenta agrandar su obra). Podremos ver una película adulta. Ya no tendremos que ver Arma letal 4 una vez más. No tendremos que escuchar la discusión diaria por ver quién pone la mesa. O por quién la quita. O por ver quién se tiró ese pedo. O escuchar al que se disculpa: 'Si sólo fue una plumilla...'. No tendremos que soportar esas risas que a veces les entran en la comida. ¿Se ríen de nosotros? Otros días, en cambio, se sientan a comer como si se les hubiera muerto alguien y no abren la boca. Recogen la mesa taciturnos y dicen que se van a leer aunque en realidad van a dormir una siesta que dura la tarde entera. Al día siguiente sin saber por qué se vuelven a descojonar en nuestras narices. Se jactan de leer a Camus o a Savater, pero si entras en su habitación lo más posible es que tengan entre las manos un Superlópez. Sufren brutales regresiones.
Ahora estamos solos. Y como Dios. Por primera vez en este mes hemos puesto mantel en vez del hule, encendido velas, abierto un vino especial y preparado una cena para paladares delicados (ellos necesitan rancho). Después de brindar mirándonos a los ojos se ha hecho un silencio espeso. Sólo lo hemos logrado superar recordando las entrañables idioteces con que ellos ilustran las comidas. Hasta me han entrado ganas de eructar por seguir sus tradiciones. Luego hemos ido al dormitorio y frotándonos las manos hemos dicho: ¡Sin cerrojo! Pero no ha funcionado. Nos ha entrado un vacío chejoviano. De madrugada nos hemos despertado pensando en la mujer de Pepe Rubio. 'Mami', me ha llamado mi santo en la oscuridad; 'Papi', he dicho yo. Hemos dormido abrazados, como hermanos. Tal vez seamos así cuando vivamos en la residencia.
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