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Un relato de EDUARDO MENDOZA

EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos

Resumen. Horacio y el Duque reciben la visita de la Duquesa, a quien comunican que la expedición de la nave espacial participará en el Festival de las Artes. Ya por la noche, Horacio espera a la señorita Cuerda en su habitación, pero en su lugar aparece el abate Pastrana, que le conmina a recibir la visita de la Duquesa inmediatamente.

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Miércoles 19 de junio (continuación)

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Situación levemente complicada por cuanto estoy esperando a la señorita Cuerda en mi habitación y, precedida del abate, se ha personado en ella la Duquesa, al parecer para hablarme del Festival de las Artes, que se inaugura mañana y al que estoy invitado por su esposo, el Duque.

Viendo que la Duquesa, una vez sentada en la piltra, calla y oculta el rostro tras el abanico, la insto a hablar, y ella empieza disculpándose por los modales del abate, de quien se ha visto obligada a servirse para concertar este encuentro, porque, pese a su aspereza y zafiedad, es la única persona en quien puede confiar sin reservas, añadiendo acto seguido, y sin que yo la anime a hacerlo, pues sólo deseo acortar la entrevista, que el carácter del abate se ha ido agriando con el paso del tiempo y los reveses de la vida, pero que en sus años mozos era un muchacho risueño, afable, despierto y muy bien parecido, por el que más de una y más de dos habían perdido la chaveta.

Preguntada si han venido los dos a mi habitación a rememorar su respectivas mocedades, responde la Duquesa que en realidad ha venido para informarme de la verdadera situación imperante en la Estación Espacial, de la que me supone ignorante, pues, según cree saber, sólo he hablado de ella con el Duque, que, probablemente, me ha dado una idea inexacta de la realidad.

Respondo que está equivocada, pues el Duque me ha honrado con su confianza informándome del catastrófico estado financiero por el que atraviesa la Estación y rogándome no le diga nada a ella al respecto para no perturbar su precario equilibrio psicológico. Esta respuesta hace reír a la Duquesa, que oculta su risa tras el abanico, pero luego su rostro se ensombrece. Acto seguido dice que, tal como ella ha imaginado, yo no estoy al corriente de la verdad.

Instada a aclarar este enigma, dice que lo hará de inmediato, pues éste es el motivo real de haber acudido ella a mi habitación sola y de noche, con el consiguiente riesgo de ver comprometida su reputación a los ojos de todo el sistema planetario, pero acuciada por la gravedad de los hechos y sus posibles consecuencias. Y se dispone a iniciar esta aclaración cuando de repente se abre la puerta de la habitación y entra una persona gritando y haciendo exagerados aspavientos.

Jueves 20 de junio

Aclarados del modo más sencillo los enredos de anoche y a la espera de que dé comienzo la ceremonia inaugural del Festival de las Artes, aprovecho la pausa para resumir dichos incidentes y despejar las pequeñas confusiones a que pudieran haber dado lugar.

Muy sorprendidos y no poco asustados quedamos la Duquesa y yo al ver sorprendida nuestra entrevista clandestina por la aparición de una persona que, sin previo aviso, irrumpía en mi habitación con vivas muestras de desafuero.

La Duquesa fue la primera en reaccionar, ocultando el rostro tras el abanico para no ser identificada en comprometida situación. Yo tardé un poco más, porque al sobresalto inicial se unió la contrariedad de advertir que quien acababa de entrar en mi habitación era la señorita Cuerda, la cual, antes incluso de ser preguntada por la causa de su espanto, dijo haberse tropezado con un monstruo horrible en el corredor, cuando se dirigía a mi habitación en cumplimiento de la cita previamente concertada.

Mientras ella daba esta explicación, yo trataba de recuperar la sangre fría y el uso de la voz, y dudaba entre acudir en su auxilio o justificar la presencia de otra mujer en la piltra. Para cuando me decidí por la segunda opción, juzgándola más importante para el futuro de nuestra incipiente relación, ya era tarde. La señorita Cuerda, pasado el estupor inicial, advirtió en ésta la presencia de una mujer que se cubría el rostro con un abanico e, indignada, giró sobre sus talones y abandonó la habitación con la misma celeridad con que había entrado en ella.

De un brinco gané el oscuro corredor, eché a correr tras ella y la habría atrapado sin problema, pues, aunque soy algo tripón y paticorto, contaba con la ventaja de llevar puestas las botas reglamentarias a tacón de muelles, y ella con la desventaja de un vestuario y calzado muy poco idóneos para el deporte, si en aquel preciso instante no hubiera oído un rugido a mis espaldas y visto venir sobre mí al abate Pastrana cuchillo en ristre.

Al parecer, el fiel abate se había quedado dormido mientras montaba guardia en el corredor y, al ser despertado bruscamente de su sueño por los gritos y las carreras, creyó que la mujer a la que yo perseguía era la Duquesa, dio por sentado que yo la había agredido y se lanzó en pos del agresor. La ira puso alas a sus pies y estaba a un tris de degollarme cuando retumbó un disparo y cesó al instante la persecución.

Sin dejar de correr, miré por encima del hombro y vi el cuerpo del abate despatarrado en el suelo, probablemente muerto, pero no a quien lo había liquidado por la espalda. No tenía tiempo, sin embargo, de pararme a pensar en estos asuntos de poca monta, porque la señorita Cuerda ya había llegado a su camarote, entrado en él y cerrado la puerta bajo siete llaves.

Fue inútil que en el más persuasivo de los tonos tratara de explicarle que la presencia de la Duquesa en mi habitación no significaba nada para mí, y que a mi lado no debía temer a monstruo alguno. Y tampoco sirvió de nada que la amenazara con tomar medidas disciplinarias en cuanto regresáramos a la nave si no me abría.

Convencido al fin de la inutilidad de mis esfuerzos, y recordando que había dejado a la Duquesa sola en mi habitación, con la puerta abierta y un monstruo homicida rondando por los corredores, decidí regresar.

Me extrañó no encontrar en el camino de vuelta el cuerpo exangüe del abate donde yo lo había visto desmoronarse, pero no di mayor importancia al hecho. Tampoco me extrañó encontrar la habitación vacía. Supuse que la Duquesa, al oír los gritos, las carreras y el disparo, había decidido dar por concluida la velada y regresado a sus aposentos.

Y de este modo se resolvieron los incidentes de esta movida noche.

Esta mañana, a la hora del desayuno, cuando he acudido al refectorio después de un sueño reparador, he advertido la ausencia del abate, así como de la Duquesa. No me ha sorprendido en el caso de esta última, pues los sucesos de anoche sin duda la han dejado agotada, y menos aún en el caso del abate, si verdaderamente el disparo que anoche oí en el corredor a mis espaldas le alcanzó de lleno.

Sí me he cruzado en cambio con la señorita Cuerda. A mis miradas de dolido reproche ha respondido distraídamente, como si un hecho trivial distrajera su atención en aquel preciso momento. En esta frialdad fingida he creído leer una emoción intensa por su parte, pero he preferido respetar su silencio y esperar una ocasión más propicia para aclarar los sucesos de la víspera, tanto en lo concerniente a mis devaneos con la Duquesa como al monstruo que, según su propia afirmación, la había atacado en el corredor, y decirle que tanto el uno como los otros eran fruto de su imaginación.

El Duque ha comparecido tarde en el refectorio y con aspecto de haber dormido mal. Es lógico si se tiene en cuenta que dentro de muy poco se inaugurará el Festival, de cuyo éxito depende en buena medida el desarrollo de su querida Estación Espacial.

En estos momentos, cuando acabo de redactar este grato Informe, llega a mis oídos la algazara producida por la muchedumbre que se dirige al Auditorio Real, donde la Gala Inaugural dará comienzo dentro de unos minutos.

Llaman a la puerta de mi habitación. Es el Chambelán, que viene a recogerme para llevarme, con todos los honores, al sitial que tengo reservado.

Continuará

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