EL ÚLTIMO TRAYECTO DE Horacio Dos
Resumen. A la hora del desayuno, Horacio Dos se da cuenta de que ha desaparecido el Gobernador. Acto seguido, acude a una entrevista con el Duque, quien le cuenta las muchas dificultades económicas que atraviesa la Estación Espacial Derrida, debido a la decadencia por la que pasa el Festival de las Artes. Precisamente éste se celebra en los próximos días y Horacio es invitado.
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Lunes, 17 de junio (continuación)
La invitación del Duque a participar en calidad de invitado de honor en el Festival de las Artes que se celebrará dentro de poco en la Estación Espacial Derrida, donde hemos hecho escala con objeto de reponer existencias, me halaga, pero me plantea serias dudas.
Ni los retrasos sufridos con anterioridad ni las circunstancias por las que atraviesa la nave en cuanto a escasez de medicamentos hacen aconsejable demorar la marcha, pero cuando estoy a punto de hacérselo ver así al Duque y rogarle me excuse, me interrumpe la aparición del Chambelán anunciando la visita de la Duquesa.
Concedida la venia, se retira el Chambelán y el Duque aprovecha el intervalo para rogarme apresuradamente que no diga nada de cuanto hemos hablado en presencia de la Duquesa. La Duquesa, según me dice el Duque en la máxima confidencialidad, es persona en extremo sensible y si tuviera conocimiento de la precaria situación económica del Festival y, en consecuencia, de la Estación Espacial y de la casa ducal representada por ellos, su equilibrio psíquico podría verse gravemente afectado, con efectos imprevisibles sobre su salud. Desde que se casaron, la Duquesa ha vivido en un mundo de ensueños y el Duque estaría dispuesto a dar su vida con tal de evitarle un penoso despertar.
Al oír esta emotiva proclamación no puedo evitar que se me humedezcan los ojos y entre gimoteos prometo comportarme con absoluta discreción.
Apenas acababa de susurrar esta promesa, hace su entrada en el despacho la Duquesa, acompañada del abate Pastrana, cuya presencia no logra eclipsar pero ensombrece el luminoso encanto que desparrama aquélla. A mi servil inclinación responde la Duquesa con una sonrisa y el abate me bendice con gesto raudo y desganado.
Finalizados los saludos y parlamentos de rigor, el Duque informa a la Duquesa de que nos ha invitado a mí y al resto de la expedición a todos los actos del Festival de las Artes y de que yo he aceptado la invitación con entusiasmo. Al decir esto me dirige una mirada de inteligencia, que comprendo sin necesidad de más explicación. La Duquesa, por su parte, no puede ocultar su alegría. Me mira fijamente, se ruboriza y oculta su confusión tras el abanico.
Acto seguido por discreción me retiro y voy en busca del segundo segundo de a bordo, a quien comunico el forzoso retraso en nuestros planes. Muestra su contrariedad y se permite opinar que soy un imbécil, por lo que debo llamarle al orden. Acto seguido le ordeno regresar a la nave, notificar el cambio de planes a la tripulación y colaborar con el primer segundo de a bordo en la resolución de los problemas que pudieran derivarse de dicho cambio. De esta forma me libro de su arrogancia para conmigo y de su presencia en el palacio ducal, porque no me ha pasado por alto la forma en que mira a la señorita Cuerda ni la forma en que la señorita Cuerda responde a sus miradas.
Martes, 18 de junio
Todo el día dedicado a los preparativos para el Festival, cuya inauguración tendrá lugar mañana por la tarde, y a resolver algunos asuntos personales. Redacto un discurso, pues seguramente me veré obligado a pronunciar unas palabras en la ceremonia inaugural y no dispongo de modelo para semejantes eventualidades. Destacaré la importancia de este tipo de festivales y exhortaré a las autoridades competentes a no olvidarse de la cultura cuando elaboren sus presupuestos. Con esta idea y algún adorno retórico espero complacer a nuestros anfitriones, pero no las tengo todas conmigo. En cuanto al resto, temo no estar a la altura de las expectativas: el segundo segundo de a bordo no está, el guardia de corps dista mucho de componer una figura digna, por no hablar del portaestandarte, cuya aparatosa dolencia no remite y, para colmo, ni siquiera dispone de estandarte. El doctor Angelopoulos no queda mal, si consigo que no se pinte los labios ni se ponga postizos. En cuanto al Gobernador, que tampoco es una figura lucida, pero al menos tiene rango superior, sigue sin aparecer. Cuando encuentro por los pasillos a algún habitante de la Estación Espacial, más familiarizado con su trazado y sus recovecos, le pregunto si ha visto por casualidad al Gobernador, pero la respuesta siempre es la misma. ¿Dónde se habrá metido? El asunto me intriga, pero por el momento no puedo dedicarle más tiempo ni más atención.
En uno de estos paseos me tropiezo con la señorita Cuerda, que sale de la peluquería. Le alabo el peinado, pero le afeo su conducta de la noche antepasada. Dice no saber a qué me refiero. Le recuerdo que habíamos quedado en que ella vendría a mi habitación y finge no saber de qué le hablo. Le digo que esta noche no falle si no quiere perder los privilegios de que goza y promete cumplir lo acordado.
Miércoles, 19 de junio
De nuevo una noche rica en acontecimientos.
Apenas acababa de redactar la parte de este grato Informe correspondiente a la jornada de ayer, llamaron a mi puerta. Creyendo que se trataba de la señorita Cuerda, que acudía en cumplimiento de lo acordado, abro y, distinguiendo una figura velada en la penumbra del corredor, la estrecho entre mis brazos con frenesí. Su forma, olor y textura me indican que no se trata de la señorita Cuerda sino del abate Pastrana, el cual, disipado el malentendido, dice querer hablar conmigo en privado. Le ruego venga al día siguiente, pues estoy esperando una visita concertada con anterioridad, pero no atiende a razones. Entra y se sienta en la piltra.
Le ruego sea breve y responde que es hombre de pocas palabras y que, en todo caso, no es él quien desea hablar conmigo, sino la Duquesa, en cuyo nombre viene a tantear el terreno. Le digo que con sumo gusto iré a visitar a la Duquesa a la mañana siguiente, antes incluso del desayuno, pero él insiste en que la entrevista debe efectuarse en aquel mismo instante y en la más estricta confidencialidad. Añade que me considera un caballero y confía en que sabré tratar a la Duquesa como corresponde a una dama de su alcurnia, así como guardar el más escrupuloso secreto acerca de este encuentro y de cuanto en él ocurra, pues de lo contrario la reputación de la Duquesa se vería dañada de un modo irreparable, lo que afectaría a su delicado equilibrio psíquico. Advierto que tanto el abate como el Duque coinciden en su diagnóstico.
Antes de que yo pueda darle garantías acerca de mi comportamiento intachable, el abate saca de la manga de su tosca saya un cuchillo de hoja curva y hace con él molinetes en el aire.
Acto seguido me explica que este cuchillo perteneció en su día a Liberata Marujines, la asesina de pollos ahorcada en Baden Baden a finales del siglo XIX de la era etnológica, de la que el abate, según él mismo me revela, es descendiente por vía colateral. Concluida la digresión concerniente a su ilustre antepasada, el abate dice que montará guardia en el corredor mientras dure mi entrevista con la Duquesa y al menor indicio de intemperancia por mi parte, no vacilará en entrar y rebanarme el cuello con la histórica perica.
Respondo airado que sus recelos me ofenden, siendo como soy no sólo un caballero, sino un oficial con mando y añado, a mayor abundamiento, que la Duquesa, sin dejar por ello de ser encantadora, no es lo que se suele llamar una colegiala, sino una dama de cierta edad, un punto por encima de 'madura', aunque seis por debajo de 'cacatúa' y que a mí me gustan más bien jovencitas, como la señorita Cuerda, a la que precisamente estoy esperando.
Esta aclaración, lejos de tranquilizar al abate, lo enfurece y blandiendo de nuevo el arma ante mis ojos dice que la Duquesa había sido mujer de gran belleza, cinco puntos por encima de 'sin par' y sólo uno por debajo de 'cañón', y que si tengo dudas al respecto se lo pregunte al Duque, que la conoció cuando en sus años de playboy fue miembro del jurado de Miss Tanga, en Tubinga, quedando tan prendado de la ganadora que la propuso en matrimonio. Y así fue como vino a conocerla el abate, a la sazón recién egresado del cenobio y adscrito como enfant de choeur a la capellanía de la casa ducal. Y cómo, al verla, perdió el juicio.
Continuará
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