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Columna
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La risa tabulada

El tantas veces denostado Centro de Investigaciones Sociológicas parece creado y mantenido para demostrar a las clases dirigentes del Estado que deben seguir mandando, hasta el momento en que puedan hacer carrera de nosotros. Periódicamente suelen sorprendernos con informaciones poco amables para la comunidad hispana, cuando no francamente sonrojantes. Desde que comemos mal, seguimos siendo más bien bajitos, hacemos el amor con menos frecuencia que nuestros coterráneos, no compramos un solo libro al año y, por tanto, apenas leemos, como no sean los periódicos deportivos y los alienantes semanarios rosa, hasta transmitirnos pronósticos políticos de lo que sucedió ayer. No siempre fue así, porque hace un quinquenio, aproximadamente, difundió los resultados de un amplio y meditado estudio según el cual somos el pueblo que más ríe del mundo occidental, aunque nunca especificaron los motivos del generalizado jolgorio.

Incluso los psicólogos y algunos psiquiatras coinciden en que la risa es una excelente terapia natural contra la mayoría de los males, a condición de que las carcajadas sean proferidas a coro, con mayor o menor intensidad, porque reflexionen sobre el espectáculo de una sola persona riendo a mandíbula batiente en medio de una hosca o entristecida muchedumbre. Sería reducida y trasladada a un centro especializado y vigilado.

Es cierta la bondad de la risa y que abunda entre nuestra gente, lo que hace que nos reconciliemos con nosotros mismos, pero también hay que convenir en que es un producto escaso. Por culpa de unos descerebrados, la actitud colectiva más usual es la tristeza, la ira, el '¡basta ya!' ante la brutalidad, o la frecuentísima solicitud de que dimita un ministro, un alcalde o el presidente de un club de fútbol. Pese a ello, la risa no sólo va por barrios, sino que recorre todas las edades, desde los niños y los adolescentes -aunque no sepan las causas de su contento- hasta los viejos, que tampoco saben de qué se ríen. En eso y en lo de luchar a brazo partido en las rebajas comerciales nos diferenciamos de los animales. La risa, la oportunidad de la risa es el pez escurridizo que intentamos apresar, incluso resulta sano el mero intento de querer disfrutarlo.

Hay partidarios de la risa y de la sonrisa. En tiempos pasados, los manuales de etiqueta y urbanidad lo diferenciaban sin lugar a dudas. Consideraban lo primero como una manifestación de dudoso gusto, propio de personas groseras y de educación deficiente. El noble inglés lord Chesterfield -no el de los cigarrillos, otro- en las severas y risibles Cartas a mi hijo expresa su opinión al respecto, de manera terminante: 'Desearía fervientemente que se os viera sonreír con mucha frecuencia, pero que nunca se os escuchara una carcajada'. Frase que califica al noble británico como tipo sombrío y aburrido.

Yo, y cualquiera, hemos conocido individuos que no ríen jamás, quizá por influencias paternas de lectores de las antedichas cartas. Incluso cuando una frase, una situación, es verdaderamente jocosa y divertida, esbozan una mueca y se ponen la mano delante de los labios para que no trascienda que ni siquiera sonríen. Gente más digna de conmiseración que de censura.

Aunque lo certifique el CIS, líbrenos Dios de incitar a nadie a realizar lo que se llama 'soltar el trapo' o prorrumpir en convulsivas risotadas. Ésa no es la risa recomendable, porque puede molestar, con motivo, al prójimo. Pero reír es bueno, y no debe frustrarse ni perderse la ocasión. Un escritor francés, Marcel Pagnol, certifica que es un don exclusivamente humano que quizá le ha sido dado al hombre para consolarle de ser inteligente. El risueño barbero de Sevilla, el optimista Fígaro lo proclamaba: 'Me apresuro a reír de todo, por temor a verme obligado a llorar', tesis central de un célebre tango, Canto por no llorar, aunque el trovador porteño, como solía suceder con los protagonistas de esas entrañables y lacrimógenas melodías, lo que de verdad, de verdad les entusiasma es llorar, sean los desengaños, la traición del mejor amigo o la muerte prematura del viejo jamelgo. Y no hablemos de los sensibles fados portugueses, entre los que no puedo olvidar uno que se llamaba, precisamente, Gosto de verte chorar, que ya es afición.

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No sé si el CIS mantendría hoy el liderato español de la risa occidental, lo que estaría puesto en razón, porque, en líneas generales, parece que el viento nos viene de popa. Rían, es otro consejo de la Dirección General de Tráfico. Rían mientras puedan, porque nunca se sabe.

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