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Reportaje:

Libreros de viejo

Como escapados de la vera del Sena parisiense ofrecen manoseadas novelitas

Se da la circunstancia de que los amantes del gótico metropolitano de agosto desconocen el dato más suculento de nuestros palacios, sean estos religiosos, militares o civiles. Y así como la puerta de más fina tracería de la Llotja, la principal, luce detrás del Mercat y no frente a los Santos Juanes, en el zoco antaño moruno, ojiva de tramas y aderezos tan bellos e historiados que delatan a artesanos conocedores de la mescalina, así el arco de la puerta trasera de la iglesia de Santa Catalina, encarado a la calle Tapinería y habitualmente tapado por contenedores de color verde, es el verdadero. No puede ser de otra manera si consideramos que ambas entradas lo son a la devastada Moreria de Valencia, en los tiempos en que este punto del Mediterráneo era crisol de intercambios previos al integrismo cristiano. De manera que todo aquel que se aventure por la casi castellana Plaza Redonda, desemboque en la plaza de Lope de Vega, se topará con una reliquia ya no de roca sino de madera carcomida por el tiempo. Las casetas de libreros, noveleros y revisteros de orgullosa segunda o tercera mano. Es este un espacio, puedo poner la mano en el fuego, malvado lector, condenado de antemano. Aquí, dédalo de calles marchitas, sobreviven los ultimos bouquinistes que como escapados de la vera del Sena parisiense en los tiempos de la Bella Otero, ofrecen manoseadas novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, Corín Tellado a un paisanaje lector tan condenado a extinguirse de este centro como las mismas librerías beatniks. Esta primavera quedó terminado un monstruo de cemento y cristal que disputa protagonismo y que sombrea los humildes negocios.

No sólo me quemaré la mano afirmando que eso es patrimonio condenado sino que me abrasará el mal aliento de los malos planificadores aliados al cemento armado si afirmo que no hay futuro para un negocio de perdedores; de mediocres lectores, pero lectores al cabo, de relatos cortos, revistas porno y postales amarilleadas por la melancolía de los tiempos.

He visto, oh amigos, a señoras antiguas, vecinas de toda la vida del barrio, discutir los argumentos de la ultima novelita de veinte por quince, editada en los 50, con los vendedores. Son lectores sucintos que alquilan los textitos de diez en diez. Es una esquina de merodeo, como manda la buena tradición de librería de viejo al aire libre. Pero así como los libreros de viejo mantienen el negocio a base de ediciones republicanas, o de diseño modernista, estos puestos que son como lugar para intercambio de cromos, se resisten como gato panza arriba a dejar de trapichear. ¿Desea usted un ejemplar de Interviu editado en la transición?, ¿un Private calentorro publicado en los 80 y a reventón mitad de precio? ¿Una nostágica novela de piratas malayos de Emilio Salgari con un dibujo que le recuerde su niñez en los años 40? Aquí están todas. Sólo hay que fijarse en la disposición del género. Ajeno al tiempo; como si la Valencia de Sorolla, Iturbi o Blasco no se hubiera movido, el chaflán de los bouquinistes valencianos sigue funcionando. Esquina de merodeadores, lectores compulsivos y fieles. Y ya, llegados aquí, podría el que esto escribe arder a lo bonzo, afirmando en lorquiano y surreal verso libre que estas casetas podrán recordarse en el futuro, cuando el cemento esté resultamente armado, como bibliotecas para gatos.

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