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Columna
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'Colgaos'

Durante estos días de ciudades desérticas y sol, los colgaos abundan en las calles. Salen de sus casas a dar un paseo, o a vender mecheros como mi amigo Phil, que una vez creyó ver a Phil Collins en una ventana de Bilbao, y desde entonces se hace llamar como él. Phil también vendió entradas de reventa en San Mamés, y ahora camina por la calle, con su barriga gorda como un balón de playa, llevando su bolsita de mecheros en la mano. Cuando me encuentra en el Anayak tomando mi rueda, le entra la risa y me pregunta: 'Qué, ¿tranquilito, no?' Yo asiento con la cabeza. Pronto me hace una relación de los medicamentos que toma: una verdadera retahíla de nombres absurdos.

Phil es pacífico y nada pelma. Me ofrece un mechero y le digo que no. La verdad es que un día de éstos tendré que comprarle uno. No olvidemos que yo estoy sentado tomándome mi rueda como un perfecto burgués mientras él vende mecheros para sacarse cuatro duros. A pesar de que goza de una pensión de minusvalía, Phil no tiene nunca demasiado dinero. La pensión la recibe su madre, y seguramente la emplea en darle de comer. En la terraza soleada y tranquila, Phil se mueve como pez en el agua, pero pocos le compran mecheros. Y a veces Phil, cuando ha tenido pesadillas nocturnas, se mosquea. Vuelvo a repetir que Phil es un tío tranquilo. Pero nadie le prestaría una escopeta. Phil va echando pestes y se juega la vida cuando cruza el semáforo sin mirar. Es un kamikaze. 'He tenido pesadillas', me dice. 'Estaba en San Mamés y no me coincidían los números de serie de las entradas'. Menuda pesadilla, Phil. 'Sí, yo no sé porqué cojones las tengo. Joder. Qué mal rollo. A ver si vendo algún mechero y puedo comprarme una cervecilla en el súper. Y un porrillo para luego'.

Phil continúa su venta por las mesas de la terraza. Yo sigo en mi mesa paladeando mi rueda. Una vez más, no le he comprado el mechero. Pero Phil lo acepta con una sonrisa. Creo que realmente le hago gracia, sentado cada mañana en la terraza del bar, mirando las musarañas, perezoso y ensimismado, pensando en cosas que a Phil no le importan, fumando lánguidamente mientras el mundo sube y baja por la calle Doctor Areilza. Poco le importa a Phil la situación del mundo, me digo, a pesar de que no estoy tan seguro. Lleva una raída y sucia camiseta de Julen Guerrero, pero eso no significa que sea tonto. Símplemente está un poco pasado de moda. Phil era antes una persona normal. Se metía caña, eso sí, y de joven empezaron sus crisis, pero hubo un tiempo en que fue normal. De él queda su aire de bondadoso abuelo, y su figura rechoncha moviéndose por el barrio de Indautxu. No voy a decir que él tenga una sabiduría especial acerca de la vida, porque sería una estupidez. Simplemente, está un poco fastidiado. Como otros tantos. ¿Quién no está un poco colgao?

Algún día tendré que comprarle un mechero. A fin de cuentas, estoy pensando que Phil no está tan trastornado si le comparamos con muchos desquiciados en este país de locos. Mi psicólogo me dijo una vez que el Gobierno vasco había rehusado hacer un estudio sobre los efectos del terrorismo en la psicología de la población. Pero no creo que Phil esté trastornado por eso. No creo que a Phil le importe realmente un problema que está más allá de sus propias pesadillas, aunque nunca he hablado con él de nada que no fuera de pastillas, cerveza, y porros. A Phil le dijeron una vez que se parecía a Phil Collins, y luego lo vio. Por lo visto, la cabeza del astro musical se asomó a una ventana de un piso de Bilbao frente a su casa. Desde entonces, Phil siempre ha querido que le llamen Phil. Desde su primer viaje hasta la frontera de la razón.

Hoy no he visto a Phil en la terraza del Anayak. Le he echado de menos, y he añorado su figura obesa entre las mesas del bar. Phil es hincha del Athletic, a mucha honra, y por eso suele llevar la camiseta con la fotografía de Julen Guerrero. Simplemente, necesita expresar de alguna manera su fidelidad hasta la muerte al equipo de sus sueños. Phil es así. Su barriga es como la barriga del Buda. Su sonrisa a veces es beata. Y ahora que le necesito, desaparece con el fuego de la vida. Hoy que iba a comprarle un mechero.

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