Ocio
La costa del Mediterráneo está llena de madrileños dedicados al ocio. Llenas las playas de madrileños como es natural -pues a darse los baños de la mar mediterránea van-, pero también los chiringuitos, las terrazas de los bares, los supermercados, los mercadillos del jueves (llamados dijous), las pescaderías y las farmacias. Sobre todo las farmacias. Las farmacias de la costa mediterránea están llenas de madrileños y allí es donde suelen encontrarse con caras que suenan, compañeros del taller, amigos que no vieron en Madrid durante todo el año por aquello del trepidante ritmo de vida que llevamos, según se suele decir.
Abarrotan la costa mediterránea los madrileños dedicados al ocio, aunque deberíamos llamarlo holganza pues define mejor el propósito de no dar un palo al agua durante el tiempo que dure la vacación estival; bañarse, solazarse dejándose mecer por las olas, comer paella, degustar marisco, no pensar en nada, mucho leer.
Hay registros, podríamos llamarlos estereotipos, del ocio políticamente correcto, y uno de ellos es la lectura. Cuando uno anuncia que se va de vacaciones debe añadir que llevará libros. En las entrevistas radiofónicas es corriente oírlo y suelen precisar los entrevistados que serán muchos libros. Algunos dan detalles: 'Una maleta llena de libros'. Y se espera que para el año próximo amplíen su transporte cultural a 'Dos maletas llenas de libros'.
Los que llevan una maleta llena de libros no es para leerlos sino para releerlos. La relectura parece ser divisa del intelectual políticamente correcto, cuya imagen requiere dejar sentado que lo ha leído todo, todo, todo; mas como su inquietud intelectual le impide dejar de leer, va y relee.
A veces no es rigurosamente cierto que estos intelectuales de salón lo hayan leído todo, todo, y si insisten en que se llevan una maleta de libros para releer, es por si acaso. Al parecer todo viene de cierta tertulia radiofónica donde uno de los tertulianos dijo que se llevaba a la costa mediterránea para leer Sodoma y Gomorra, de Marcel Proust, y otro le reprochó que con su edad y pretensiones culturales aún no hubiese leído esa obra tan importante, con lo cual lo dejó corrido y humillado.
La fatuidad de los relectores suele ser tan audaz como ridícula y acaba poniendo de los nervios. En cierta ocasión volvía de chapotear por las olas cuando el vecino de sombrilla (a quien no conocía de nada), me dijo desde su tumbona: 'Ya veo que está leyendo a Kafka'. 'No', le respondí: 'Es Ovidio'. 'Qué va', insistió; 'es Kafka; si lo sabré yo, que lo he releído un montón'. 'Pues yo le digo que es Ovido', insistí. Y él: 'Que es Kafka' Y añadió, triunfante: 'Usted se ha comprado el libro por el título, La metamorfosis, pero hay que fijarse también en el nombre del autor, ja, ja, ja'. En aquel momento lo iba a estrangular, pero preferí dejarlo sumido en el oprobio de su ignorancia pues, en efecto, estaba leyendo Las metamorfosis, de Ovidio, cagoendiez.
Tampoco se crea que lo leía con la debida atención. Las metamorfosis es obra de inusual belleza, llena de creaciones fantásticas, figuras literarias y recursos retóricos quizá imposibles de superar por nadie de cuantos escriben en los tiempos que corren, y eso que han transcurrido dos milenios largos y entonces no había ordenador. Y, sin embargo, nada de la narración de Ovidio poseía la fuerza suficiente para sustraerme de los pensamientos propios de un trabajador por cuenta ajena que pretende dedicarse al ocio en la costa del Mediterráneo.
A los demás madrileños les pasaba igual. Quizá lo nieguen, mas en tal caso falsean la verdad. La pretendida holganza del trabajador por cuenta ajena suele resultar herida por los recuerdos de la larga invernada laboral, sus carencias y frustraciones, y las perspectivas, no necesariamente halagüeñas, de la temporada que empezará al regreso de las vacaciones. Muchos que están en bañador, tostándose al sol, la mirada fija en un libro, el pensamiento lo tienen vagando por los inhóspitos territorios de la incertidumbre y la preocupación, de la esperanza puesta en un milagro divino que en este valle de lágrimas llaman Primitiva.
Y lo peor es que ya falta menos para el reencuentro. Regresarán los madrileños, con un par de duchas se les irá el moreno y Madrid, hoy vacío, volverá a ser el acabose. Como siempre.
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