_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Corán

Era una playa cualquiera, y yo me puse a leer el Corán. Me había llegado por correo, en la hermosa traducción al catalán de Mikel de Epalza (Proa), y mientras lo desempaquetaba empecé a oir a lo lejos la cantinela del muecín. Separé con cuidado el embalaje y dejé que mis ojos se acostumbraran unos instantes al vertiginoso laberinto geométrico de la portada. Después lo abrí al azar y leí la sura 89: 'Maleïts siguin per Déu, Al.là, tots els incrèduls, rebutjadors d'allò que és cert!'. Bien, me dije, mil millones de seres humanos no pueden equivocarse.

Guardé el volumen en mi biblioteca al lado de otros grandes relatos: allí estaban La odisea traducida por Carles Riba (segunda versión), Guerra y paz de Tolstoi, la Recherche de Proust en la edición barata de Flammarion, por supuesto la Bíblia -en dos o tres formatos, incluyendo uno en pasta- y también una edición en rústica de la Commedia dantesca (Ulrico Hoepli editore), adquirida hace muchos años en Valencia en una librería de lance. Me recreé en el efecto de aquellos tomos en el estante: unos tenían tapa dura y papel noble y otros eran frágiles y perecederos, pero todos acusaban las huellas del tiempo y el oficio. El nuevo inquilino, casi fosfórico en la oscuridad, vino a sumarse a aquella maravillosa algarabía.

Al día siguiente hizo buen sol. Era temprano en la playa y éramos pocos, sin duda todos advertidos de la flamante cólera de Dios, manifestada en el ozono. Abrí otra vez el libro esperando que surgieran aquellos vocablos sagrados por los que en Argelia algunos degollaban, en Afganistán otros vejaban y dinamitaban, en Palestina servían de honda contra la injusticia, y en un hogar anónimo entre millones daban consuelo a un creyente que los seguía con sus dedos rugosos mientras comía pensativo unos dátiles.

Enfrascado en la lectura, no me di cuenta de que se había acercado hasta mí un chico musulmán, que no apartaba la vista de la portada del libro. Aquel chico había sufrido todas las humillaciones desde que entró en este país. Por un momento, su mirada brilló como si todas ellas hubieran valido la pena.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_