Doble presencia del toro
El cartel de las Corridas Generales de la Feria de Bilbao lo ha realizado el acuarelista y publicista Ángel Badillo. El tema principal muestra a los mulilleros y su tiro de percherones arrastrando al toro hacia el desolladero. En la parte superior aparece el puente de Calatrava del paseo de Uribitarte. Aceptable en lo que atañe al color, el cartel gana por arriba, con la grácil intervención de las líneas geométricas, lo que pierde por abajo con el tratamiento del grupo principal. La dimensión del mulillero del primer plano, respecto de sus compañeros, debiera ser mayor de la que aparece en el cartel. A efectos de mirada, ese mulillero ha sido visto desde una posición un tanto cenital, mientras que para el resto del grupo la mirada se ha hecho desde una menor altura. Es evidente la dualidad de los puntos de vista, así como la colocación del toro -anatómicamente confuso, por su deficiente dibujo-, que parece más en postura de levitación que posado en la arena del coso. Los aperos de los caballos, la soga que tira del toro, muy en especial, y el látigo de uno de los mulilleros no son sino meros hilos caricaturales.
Al tiempo que se presentaba el cartel de este año 2001, se ha dado a conocer el nuevo Trofeo Junta Administrativa, que se otorgará cada año a la ganadería más completa y brava de la feria. Se trata de una escultura en bronce de un toro, cuyo autor es Nacho Aranduy, un acreditado aficionado al mundo taurino, además de apasionado amante de la creación plástica.
Lo más notable de la escultura reside en las proporciones del toro. Estamos ante un ejemplar de pecho ancho, con buen diámetro bicostal, que exhibe dos astas terroríficas. Toro hondo, rabilargo y galgueño (se dice del toro alto o zancudo y con poca tripa). Uno de los aspectos de mayor enjundia lo encontramos en el hecho de que el toro insinúe la intención de arrancarse hacia el lado izquierdo. Para conseguirlo se le ha alzado de manera leve la mano de ese lado, en tanto el cuerpo marca una cierta curva, casi imperceptible, hacia ese pitón izquierdo. Junto a esos acertados matices, que son verdaderos aciertos, cabe reseñar algunos fallos en los pormenores, que hubieran sido muy fáciles de subsanar a la hora del modelado. Por ejemplo, en la región bragada, tanto el bálano como la bolsa testicular no parecen una continuación anatómicamente modelada que surge del cuerpo del toro, sino que quedan como elementos que han sido pegados a última hora. Lo mismo acontece con el esfínter de las asentaderas, que es un puro pegote. De todos modos, el acierto volumétrico de las proporciones, más los matices aludidos y la auténtica sensación de tener delante un ejemplar de los que siempre se llamó 'un toro de Bilbao', se alzan sobre esos poco afortunados pegotes impostados.
A propósito de la elección de artistas para la confección de los carteles, salta a la vista el empecinamiento de la Junta Administrativa por ningunear a un cartelista de toros de primera fila. Un artista que en los últimos 40 años llegó a pintar alrededor de 25 carteles para la feria de Bilbao. Nos referimos al bilbaíno Luis García Campos.
Mientras últimamente desde la Junta Administrativa dieron juego a gentes sin pericia en el tema taurino, con resultados por demás insulsos e irrelevantes, se han privado absurdamente a sí mismos de poder contar con Luis García Campos, discípulo aventajado del maestro de maestros Roberto Domingo (1883-1956).
Lo quieran ver o no, cuando se habla de carteles de toros el nombre de Luis García Campos viene a la memoria, porque con él se tiene garantizada la liturgia plástica del mundo del toro. Y por si sirviera de algo, sepan que algunos matadores de gran nombradía, como Paco Camino, El Viti, Diego Puerta, Manuel Benítez, El Cordobés; Mondeño o Rafael de Paula, entre otros, fueron y son incondicionales admiradores del pintor bilbaíno. Si en términos artísticos esos nombres no garantizan nada, al menos prueban o son capaces de probar que, en el terreno de lo estrictamente taurino, lo que García Campos plasma en sus creaciones tiene mucho que ver con la íntima profesión del toreo, la cual ha sido de siempre fiel a una liturgia determinada.
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