Gestos
Voy al cine a ver Shrek y algo me inquieta detrás de toda su pirotecnia de efectos especiales; mis desasosiegos se refieren a la vertiente informática del asunto, lo que más llama la atención de la película y que puede buscar problemas, me parece, al gremio de actores. En Final Fantasy, que también se ha estrenado hace pocas semanas, sucede igual: la carne y el hueso son materiales obsoletos y los protagonistas del futuro se revelan como puros armazones de colores, maniquíes virtuales que han sido fabricados a golpe de tiralíneas y cada uno de cuyos gestos ha registrado minuciosamente una computadora. Se acabaron princesas, paladines y villanos: el progreso los ha ahogado a todos en esta piscina de tonos empalagosos, prestándoles un rostro que, lejos de corresponder a un individuo, es la suma monstruosa de todos los rostros, la estadística resultante de combinar millares de rasgos sobre una pantalla.
El hombre ha tardado milenios en moldear sus facciones para hacerlas recipientes de información: la sonrisa o el arqueo de cejas son triunfos que costaron a nuestros antepasados noches de ensayar visajes frente a la hoguera. Sabemos leer las caras del prójimo porque entendemos que una boca abierta, un pestañeo, una mirada de reojo son puntas de iceberg, los bultos que marcan la existencia bajo las sábanas de la tristeza, el frenesí o el tedio. La profesión de actor consiste en convencer de que esos sentimientos pueden imitarse, precisamente a partir de la reproducción de sus signos: quién no diría que Robert de Niro es violento, quién le negaría la melancolía a Greta Garbo cuando ella mira a su compañero de reparto con un ocaso azul en los ojos. Yo me siento a ver Shrek y me pregunto lo que significan las muecas de todas estas criaturas de silicio: gritan y lloran con una frialdad de porcelana, quieren demostrar amor y cautela y mueven los labios, vacíos como un guante sin la mano que le da la respiración. En el rostro de estos muñecos, la incertidumbre es un oscuro logaritmo que ordena torcer las mejillas siempre que la boca se inclina hacia abajo; y eso me hace preguntarme a qué altura de la cara queda el alma en los seres humanos.
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